El patriota veraz. J.F. Carmona sobre “Historia patriótica de España”
por Juan Francisco Carmona y Choussat, 08 de Febrero de 2012
GEES, 08-02-12
Carta abierta a José María Marco sobre su Historia patriótica de España (Planeta 2011)
“– ¡Español sois, sin duda!
– Y soylo, y soylo,
lo he sido y lo seré mientras que viva,
y aun después de ser muerto ochenta siglos.”
Cervantes, La gran sultana
Querido José María:
No sé por qué imaginé que empezarías tu Patriótica, como es fácil nombrarla, como de Gaulle sus Memorias, o Podhoretz su My Love Affair with America.
Toute ma vie, je me suis fait une certaine idée de la France, decía el general en su inicio. It all began with language, afirmaba rotundo el pensador americano.
Andaba extraviado por la portada, que promete una historia como jamás la vieron nuestros ojos – y de ahí, una noción particular de España – y por la presentación del libro en que mencionaste a Azaña quien cumplió, si no con otra cosa, con la reverencia a la lengua. El caso es que preferiste ser a la vez menos pretencioso y más ambicioso, lo que es grato. Pero – y en esto acertaba – tenías también una cierta idea de España y gusto por el idioma, o no lo hubieras tratado tan bien.
Tu narración es clara, cortesía del filósofo que has aplicado al historiador. Trabajo te habrá costado escribir seiscientas páginas de aventuras y desventuras tan legibles y apasionantes. Si citas a Garcilaso, que recomienda “huir de la afectación sin dar consigo en ninguna sequedad”, sigues igual de bien a Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua:
“el estilo que tengo me es natural, y sin afetación ninguna escrivo como hablo”.
Más que enseñar o redescubrir la historia de España expones con bondad y generosidad los trances de nuestra tierra y quieres darlos todos por bien empleados. He ahí la novedad de tu obra: la visión apreciativa de la realidad que cuentas, rasgo del patriota, que, queriendo imitar a Dios en el Génesis da por buena no ya cada creación, sino toda respuesta humana. Quien crea que lo más necesario hoy, para la historia y para tantas cosas más, era una historia optimista de España, reconocerá contento que lo más cercano a ello es una historia patriótica.
Vienen a la mente los inocentes, pero tranquilizadores, versos de un poema de Robert Browning:
“Todo está bien,
y Dios en lo alto”.
Cuentas desde los orígenes tartésicos, fenicios y griegos, para demostrar que el patriotismo no es solo para quienes se encontraron con el vocablo y la idea nacional hecha. Tu historia es completa, y recuerda el subtítulo tan apropiado de la de Domínguez Ortiz: tres mil años de historia.
Especialmente valiosas son las ilustraciones que entreveras para aclarar cada época. Destacas así la raigambre de la idea de España a través de los siglos. Desde los elogios a la tierra hispánica, ya presentes en Marcial y perfeccionados por San Isidoro (“Eres España la más hermosa de todas las tierras, (…) bendita, (…) siempre feliz, (…) reina, (…) ilustre, (…) alegre, (…) pródiga,…”) hasta la demagogia envuelta en lirismo de los políticos del XIX (“Grande es Dios en el Sinaí; el trueno le precede, el rayo le acompaña…”, que no podía faltar).
Describes la formación de la España hispano-goda encontrando tras la naturaleza hispánica de la integridad geográfica, la aspiración nacional, que también lo es religiosa, con la conversión de Recaredo. Cuentas trepidantemente la invasión musulmana y la reacción occidental española, y si no llegas a citar a Julián Marías cuando afirmaba que los españoles eran europeos y occidentales por elección, mientras que los demás pueblos lo eran porque qué iban a ser, expones claramente la razón de la Reconquista.
Si Cervantes no lo hubiera dicho de Lepanto, el descubrimiento, evangelización y colonización de América sería para mí la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni han de ver los venideros. El prometedor título de este capítulo, La España americana, no defrauda. Menos aún el siguiente, dedicado a la creación cultural del periodo. Aunque a mi gusto tratas con mucha comprensión a Las Casas, para entender cuya personalidad de “exageración enormizante” siempre me he fiado de Menéndez Pidal. Cierto que lo sitúas luego justamente con Antonio Pérez en la génesis de la leyenda negra.
No sé qué me gustó más, si Los siglos de oro, el capítulo en que condensas su relato, o Las pasiones españolas, que le sigue, donde pintas el panorama cultural del momento. Haces allí surgir, por primera vez acaso, la patria: “somos obligados a defenderla, unos con las lanzas y otros con las lenguas”, pertrechándote tras Antonio de Guevara.
El siglo ilustrado y el inicio del liberal los cuentas extensamente, y me admiras encontrando la línea narrativa resultante del XIX tras su multitud de acontecimientos y distracciones que despistan de los hechos.
Me perdiste algo en la contemporaneidad, que por alguna razón se estira en mi mente mucho más de lo que es usual. Por prejuicio mío sin duda, y por muy irreprochable que sea la descripción, disminuye mi atención y tiendo a poner entre paréntesis las valoraciones del relato. Será por la falta de perspectiva para juzgarlo o por la ausencia de un desenlace que permita ver el sentido completo de las acciones, o no será por eso, pero me distraigo aunque escribas tú. Abandoné eso sí tu compañía en la parte que todos, no sólo mi ánimo disipado, interpretan como historia política contemporánea. Me fue imposible compartir tu empeño en admitir peculiaridades o identidades nacionales características de, claro, naciones que pueden integrarse – sin duda, añades animado – en la española. No lo veo, especialmente si me fijo en el mismo pasado que narras.
Me entusiasman en cambio los ejemplos franceses tan bien traídos –comprenderás que tenemos aquí una formación compartida, que me hace entenderte bien- como cuando refieres la no tan breve estancia de Cataluña bajo la monarquía gala, o el desarrollo del Rosellón, perdón departamento de los Pirineos Orientales, en la nación vecina. Allí no hay pluralidad nacional. Tampoco está mal tu mención a la contracorriente revolucionaria española, más bien radical, mientras avanzábamos todos juntos y quién sabe quién primero, por la senda del XIX. Estaban entonces los franceses, y se entiende, de vuelta.
Nunca me fue tan fácil leer una historia de España, de donde deduzco que, para dar tanta holgura al lector, has tenido que sudar tinta en cada página. Pero nada parece forzado, sino que todo surge naturalmente en su sitio.
He de confesar que la medida de todas las cosas para mí en asuntos históricos es la España inteligible de Marías, y que para las realidades sociales o la historia contemporánea también me rindo a él en Ser español y La España real. Confieso igualmente que tu libro es muy valioso, interesante y generoso, y que como otro algún amigo tuyo, me lo llevaría gustoso a una isla desierta. Es, lo lograste, la historia patriótica y liberal que quisiste, y las gracias te doy por ello.
Permíteme una última observación, sucumbiendo una vez más a la tentación de la pedantería. Hace algunos años, ese escritor que te citaba al inicio, famoso por un tránsito político desde el radicalismo de la contracultura, que tú llamas con propiedad anticultura, a la ortodoxia patriótica – ya sea americana – más inequívoca, abordó el asunto de su conversión. Norman Podhoretz dijo:
“Como tantos de nosotros fui educado en la creencia de que la última cosa que uno debería defender es la propia, que era más honroso y noble dar la espalda a lo de uno y luchar por otros y por otras cosas en las que uno no tuviera parte o interés. Esta ha sido una lección muy difícil de desaprender, y estoy orgulloso de haberlo hecho.”
Esto es – pues la paradoja requiere explicación – que se había pasado la vida entera tratando de cumplir con la defensa de los otros y el olvido de sí mismo y de los suyos, intentando extremar la generosidad con el ajeno, que no necesariamente prójimo. Y que había llegado un punto en que lo más difícil había llegado a ser desaprender eso para poder defender con ardor lo valioso de los que lo merecen frente a los ataques de quienes, por envidia y rencor contra la excelencia, arden en deseos de subvertir todos los órdenes naturales y sobrenaturales con el fin último de destruir a los mejores, en generosidad, bondad, o inteligencia, que uno mismo.
Y yo digo, amén a eso.
Patriótica significa en realidad, creo entender, liberal en el sentido de generosa y yo diría que demasiado para ciertas etapas de la historia. No hay antipatriotas en tu Patriótica. Todo es paz, piedad y perdón, aunque sea con donaire. Pero todo eso, supongo que, además de no sobrar nunca, se debe a que estás mucho mejor educado que yo, lo que, me temo, acabo de demostrar.
Admiro, pues, tu afán de veracidad y tu inagotable capacidad de integración de los españoles y sus tiempos en una construcción común, aunque me cueste ver, y te pido ayuda en ello, especialmente en nuestra España contemporánea, eso mismo en tantos otros.
GEES, 08-02-12