El mudéjar. De «Historia patriótica de España»
Así es como por Castilla y Aragón encontramos arquitectura, artesonados y objetos de adorno de un particular estilo: el mudéjar. Alfonso XI mandó construir un espléndido palacio de este estilo en Tordesillas. Allí vivieron su amante, Leonor de Guzmán, y luego Pedro I, el Cruel o el Justiciero, y por fin la reina Juana, la hija demente de los Reyes Católicos. Hoy es el monasterio de Santa Clara. El mismo Pedro I reconstruyó en estilo mudéjar el Alcázar sevillano del que sólo se había conservado una sala árabe. El esplendor moruno de los Reales Alcázares es de origen y gusto cristiano.
El estilo y la arquitectura mudéjares nacen de las singulares circunstancias en las que se desarrolla la reconquista. Mudéjar es la arquitectura que se hace en territorio cristiano prolongando el estilo hispano musulmán de periodos anteriores, como copiándolo y transformándolo con estructuras o decoraciones cristianas. Un estilo de síntesis, que refleja la convivencia y la tolerancia reinante durante siglos en los reinos cristianos. Se convertirá en el estilo español propiamente dicho, aquel que sólo se pudo dar aquí, por las circunstancias históricas y por la peculiar actitud de la población. También los artesanos y los albañiles judíos y cristianos aprendieron el estilo mudéjar.
Los mudéjares tenían un gusto infalible, heredado de la civilización en la que se habían vivido, para la decoración en yeso y madera. Con ellos componían lo que venían a ser evocaciones de un paraíso a los que sus clientes cristianos no supieron resistirse. A veces el mudéjar parece matizar y nacionalizar el románico y otras cobra una entidad propia, como en tantas iglesias de Teruel donde da a luz, en las torres, los artesonados y las fachadas, a prodigios de imaginación, testimonios de una muy especial ingenuidad, humilde y risueña, una felicidad que se complace en la obra bien hecha. Lo mudéjar vuelve a aparecer para crear un estilo ecléctico, de una sofisticación inigualada, como en la antesala capitular de la catedral de Toledo, que da paso al esplendor de la sala capitular y refleja el gusto personal del cardenal Cisneros. Así se unen el gusto clásico y el mudéjar, que parecen irreconciliables.
También lo hacen en la Giralda, el antiguo minarete almohade de la mezquita de Sevilla, coronado por un remate clásico y una estatua barroca: no hay aquí estilo mudéjar propiamente dicho, pero la combinación hace de la torre una reflexión bienhumorada e irónica, en vista de las obsesiones paranoicas sobre la pureza de sangre, acerca de la distancia entre el gusto y la ideología. Muchas de las torres mudéjares de Aragón reproducen en su estructura los alminares musulmanes, con un remate específico para las campanas. El estilo mudéjar cruzó el Atlántico, y llevó hasta América formas propias del arte hispanomusulmán. Acabó llamándose estilo «morisco». Los españoles volvieron a cultivarlo más tarde, bien entrado el siglo XIX. Así es como el gusto neomudéjar, con el ladrillo como material de base, el recurso al estuco, los toques de cerámica y los arcos de herradura, volvió a poblar las ciudades españolas.
Gracias a su peculiar gusto por esta estética venida de Oriente y afincada en su tierra, los españoles cristianos conservaron algunas de las obras maestras de la arquitectura y la decoración islámica. Fernando III, rey de Castilla, respetó la mezquita de Córdoba, como el Cabildo catedralicio respetó luego la Giralda. Los Reyes Católicos decidieron preservar la fortaleza y el palacio de la Alhambra, de belleza reconocida hacía tiempo en todo Occidente, y Alfonso I el Batallador se instaló en el Palacio moro de Aljafería, en Zaragoza, donde luego residió Pedro I el Ceremonioso. La convivencia no se limitaba a la estética. En la portada del Alcázar de Sevilla la fecha de construcción del edifico va escrita en caracteres árabes cúficos, a la que rodea el elogio del rey de Castilla. Y en la iglesia de Santa María de Maluenda, en el valle del Jiloca, en Aragón, el maestro de obra dejó constancia de su trabajo y precisó: «No hay más Dios que Dios (y) Mahoma es el enviado de Dios, no hay… sino Dios».
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Foto: Iglesia de Santa María de Maluenda