Ya somos una nación de naciones
Entrevista de Fernando Palmero
Doce años después, reedita José María Marco su Historia patriótica de España corregida y actualizada hasta 2018, en la que analiza el proceso de deconstrucción de la idea nacional heredera del liberalismo y el constitucionalismo del XIX.
Cuando en 2011 José María Marco (Madrid, 1955) publicó la primera edición de su Historia patriótica de España su pretensión era «ofrecer materiales a quienes se sintieran con fuerza para dar la batalla u oponerse a una tendencia, que venía de lejos, de deconstrucción de la nación». Se refiere a la publicación de varios libros encaminados a desmontar la visión liberal de la idea nacional de España. En primer lugar, la historiografía del nacionalismo español de Núñez Seixas, de 1993. También, el libro de Carlos Serrano, El nacimiento de Carmen, «una revisión irónica de algunos mitos nacionales, particularmente despectivo con los himnos, la bandera, los monumentos de Madrid, y la Hispanidad y 1492». Pero fue sin duda la celebrada obra de Álvarez Junco, Mater Dolorosa (2001), la que marcó un punto de inflexión.
«El respaldo oficial» a la obra del historiador, escribe Marco en la nueva edición de su obra publicada por la editorial Encuentro, «iba encaminado a demostrar que la nación española es un relato, deshilvanado, inconsistente, chapucero. Y eso traducía otra realidad, que actualizaba el mito del fracaso de la revolución burguesa: la de que la nación española, si es que se podía hablar de tal cosa, era otra ruina, de las que la historia de España deja siempre a su paso».
Ahora, explica Marco en conversación con La Lectura, todo aquel humus ha dado origen a una realidad diferente. «Creo que la batalla está perdida. Hemos entrado en otro terreno, la nación está definitivamente deconstruida, estamos ya en una nación de naciones. España no es lo que fue ni lo que pudo haber sido». Por eso, la nueva edición de Historia patriótica de España, ampliada y actualizada hasta 2018, «trata de dar materiales para enfocar un problema nuevo: cómo nos situamos los españoles ante una nación que ya no es unitaria, ni siquiera a nivel administrativo, y en la que muchos nacionales no se reconocen como tales. Estamos en la construcción de una comunidad política en la cual los lazos sentimentales y emocionales entre los habitantes de unas y otras zonas han cambiado radical[1]mente. Especialmente, en Cataluña y País Vasco.
Se ha hecho un gran esfuerzo intelectual y político, y muy apoyado desde el Estado, y esa es la gran paradoja, para deconstruir España». Y señala tres fechas clave para entender esta deriva. La primera, la de los atentados de Atocha. «Entre el 11 y el 14 de marzo de 2004, los días que pasaron entre los atentados y las elecciones, se demostró que los partidos no tenían la capacidad de construir un discurso nacional ante el horror absoluto. Y no sólo eso. Tampoco querían acudir en respaldo del Estado, sino que utilizaron aquella atrocidad para adelantar posiciones políticas. Esto demostró que la idea nacional estaba muy poco arraigada. A partir de ahí se inició el proceso que nos lleva a 2017».
Golpe en Cataluña
Esa es la segunda de las fechas clave. «El 1-O de 2017, cuando una parte del Estado decide rebelarse contra el resto». Finalmente, la moción de censura de mayo y junio de 2018. Desde entonces, el sustento del Gobierno de Sánchez «son los terroristas. No sólo los antiespañoles teóricos o ideológicos, como los independentistas catalanes, sino los violentamente antiespañoles, aquellos que han creído legítimo utilizar la violencia contra otros españoles. Por eso, el libro está dedicado a Pilar Elías. Las víctimas del terrorismo son lo más trágico en este asunto, porque no son los héroes de la nueva España, un país postnacional que es fruto, entre otras muchas cosas, de la larga vigencia del terrorismo. Lo que se nos ha vendido como un triunfo sobre ETA, en realidad es una victoria total del nacionalismo sobre el Estado español, es una derrota de la tradición liberal y constitucional española».
Marco no duda en calificar la situación actual de «revolucionaria, en el sentido de cambio de las estructuras políticas. Sin embargo, hemos llegado a un punto en el que nadie sabe lo que hacer, lo que demuestra que existen ciertas constantes en la izquierda española que ya habíamos visto en el Trienio liberal (1820-23) y en el Sexenio (1868- 1874), que acaba con la Primera República. Es decir, se provoca una situación revolucionaria y luego no se sabe qué hacer con ella. Los bolcheviques, por ejemplo, toman el poder y construyen un Estado. Aquí no, en España se empieza una disolución de las instituciones y de sus símbolos, pero el siguiente paso ya no seda. O si lo dan, ya no les gusta. Sin descargar de responsabilidades a la derecha, Marco culpa de esta situación a la izquierda, «que por razones históricas y políticas nunca ha estado nacionalizada del todo. El PSOE siempre ha sido reticente a la idea de nación y tiende a identificarla con el propio Partido Socialista, que nace de una idea internacionalista y ha tenido muy claro cuál es su papel en el mundo. Es decir, tiene una noción instrumental de la nación, igual que la tiene de la democracia. Por otro lado, la derecha no ha puesto en marcha los mecanismo culturales e ideológicas para contrarrestar esa tendencia. Con Aznar y con Esperanza Aguirre hubo intentos, pero no han sido suficientes».
Memoria histórica
La manipulación de la Historia, prosigue Marco, «se plasma muy bien en las leyes de memoria, que reflejan una especie de obsesión del Partido Socialista, y de la izquierda en general, por monopolizar ciertas cuestiones, quitarse de encima cualquier responsabilidad y excluir al adversario político, es decir, a la derecha, como si esta fuera directa heredera de lo que ocurrió en la Guerra Civil y en la dictadura de Franco». Pero estas leyes, explica, «no sólo manipulan el pasado, sino que pretenden intervenir en la cuestión de la identidad nacional en base a una relectura de la Historia». Las élites españolas, reflexiona para terminar, «se quedaron atascadas en la crisis del 98. Y el discurso que se reconstruye a partir de ahí nunca retoma la tradición de la construcción nacional liberal. Por eso, nuestra democracia no se fundamenta en la monarquía constitucional del XIX, sino en la democracia republicana, un régimen intervenido por fuerzas que no son libe[1]rales. En este sentido, los progresistas mantienen posiciones que son, no diré reaccionarias, pero sí muy complicadas de articular en una democracia. Las contradicciones de Azaña son un ejemplo, un político muy patriota, que siente muy profunda[1]mente la idea de España y mantiene un compromiso importante con su país. Pero, construye una España en la cual queda excluida una mitad». Una figura reivindicada a derecha e izquierda. «Sí, pero muy poco lo entienden. Aquí nos gusta pensar por arquetipos, somos muy amantes de las ortodoxias y cuando un lugar común tiene éxito ya no hay forma de variarlo».
La Lectura, 07-04-2023