«A vueltas con Azaña y la memoria histórica», por Juan Luis Cebrián
Sobre Azaña. El mito sin máscaras (Encuentro Ediciones, 2021)
“Hay o puede haber en España todos los fascistas que se quiera. Pero un régimen fascista no lo habrá. Si triunfara un movimiento de fuerza contra la República, recaeríamos en una dictadura militar y eclesiástica de tipo español tradicional. (…) Sables, casullas, desfiles militares y homenajes a la Virgen del Pilar. Por ese lado, el país no da para otra cosa”. Esta frase de las Memorias de Manuel Azaña, que José María Marco cita en su nuevo libro sobre él, define a las claras lo que pensaba el malogrado presidente de la II República respecto al carácter y modo de ser español. Azaña solía equivocarse en sus predicciones, que las fiaba más a la intuición que al conocimiento. Hasta declaró públicamente que no había riesgo de un golpe militar solo meses antes del levantamiento del general Sanjurjo. Todo eso lo explica muy bien Marco en su obra, un trabajo meritorio sobre el recorrido literario y político del personaje, a cuyo estudio ha dedicado muchos años de esfuerzo. Las ideas fundamentales del libro habían ya sido descritas por el propio autor en diferentes ensayos, entre los que se encuentra una biografía de don Manuel. En el que ahora comentamos, subtitulado El mito sin máscaras, da por sentado el carácter antiliberal y antidemocrático del republicanismo de Azaña, su sectarismo anticlerical y antimilitarista y, peor aún, su propensión a la violencia, según se afirma a lo largo de casi 300 páginas y queda rubricado en la frase final del libro.
Durante la dictadura franquista, el régimen y sus corifeos denigraron hasta el infinito al último presidente de la República Española, considerado un auténtico demonio, y señalado como el auténtico responsable de la Guerra Civil. Marco demuestra documentalmente que esto no fue así aunque resalta las torpezas e infatuaciones del individuo, dedicado fundamentalmente a construir su propia imagen y practicar el culto al yo. Relata pormenorizadamente el terror y los excesos cometidos durante la República. Uno de los hechos más notables que destaca es la trashumancia política (o más bien el chaqueteo) de muchos de los lideres que la alumbraron. Quizás el mejor ejemplo sea Melquiades Álvarez, que de revolucionario pasó a reformista, y acabó en la bancada conservadora antes de ser vilmente asesinado en los calabozos de la Cárcel Modelo por sus carceleros republicanos. Azaña, que había sido amigo y correligionario de él, ostentaba la jefatura del Gobierno cuando ocurrieron estos hechos. Los lamentó sinceramente en su interior, pero se abstuvo de condenarlos y reprimirlos.
José María Marco insiste en que “la República absoluta que había intentado levantar era ajena al modelo liberal y estaba al servicio de un proyecto personal”. Para demostrarlo lleva a cabo una pormenorizada autopsia de su legado intelectual, confundido en gran medida con el político. Entre los despojos y heridas, la destrucción y el abandono que se desprenden de ahí, resalta también una excepcional brillantez de estilo literario. Conmueve por lo demás el carácter autobiográfico de gran parte de los personajes que aparecen en sus novelas, cuya lectura parece tanto más importante que la de sus decretos para comprender las aspiraciones y sentimientos que le animaban.
El señalamiento a Azaña, por parte del régimen franquista, como icono a abatir de nuestra memoria histórica explica en gran parte la admiración hacia él que practicaron las generaciones protagonistas de la Transición política tras la muerte del dictador. El libro se abre con una declaración de intenciones del autor, en la que adelanta las conclusiones de su análisis. Merece ser destacada su honestidad intelectual, al margen se coincida o no con sus reflexiones. La más singular de todas ellas es la que se refiere a la visita que los reyes hicieron en 1978 en México a la viuda de Manuel Azaña. Marco estima que aquella prueba de reconciliación acabó por convertirse “en una legitimación a la inversa de la reciente democracia liberal española”, una “pirueta” mediante la cual nuestra monarquía parlamentaria queda vinculada al recuerdo de la República. Él, sin embargo, reclama la tradición constitucional y liberal de la Restauración como un precedente de nuestro actual sistema. Al margen la discusión histórica y científica sobre ese enunciado, habrá que insistir en que si bien la República fracasó en su intento de establecer una democracia (que, según Marco, Azaña ni quería ni valoraba), pese a los trágicos errores que sus protagonistas cometieron, era un régimen legítimo que fue quebrado por un golpe de Estado militar, responsable aún de mayores violencias y atropellos, y desencadenante de la Guerra Civil. De modo que para los españoles de 1978 era importante, y sigue siéndolo para los de hoy, vincular la andadura de la Constitución tanto con la legitimidad histórica de la República como con la de la dinastía que habría de encarnar el símbolo de una nueva monarquía parlamentaria, absolutamente democrática.
Existe ya una abultada bibliografía sobre Azaña, a comenzar por la que firma el propio Marco y en la que sobresalen las biografías de Preston y Santos Juliá, y las confesiones y relatos narrados por el propio don Manuel. Este último volumen parece poner punto final a los trabajos del autor al respecto. Pese a los desacuerdos ya citados, su lectura es recomendable a todos cuantos quieran ejercitarse en la memoria democrática sin banderías ni arrebatos.
El País, 22-01-22
Vídeo: Azaña en el Ayuntamiento de Barcelona, 1938.