Azaña. El malditismo del antimoderno. Por Iñaki Ellakuría
Sobre J. M. Marco, Azaña. El mito sin máscaras, Encuentro, 2021.
El mito de Manuel Azaña como punto de encuentro entre las «dos Españas» y referencia de la actual democracia, una lectura generosa y abierta a los matices sobre el papel del presidente de la Segunda República que es más bien tardía, cobra fuerza en los 90 por la necesidad de PSOE y PP de actualizar sus referentes históricos y reaparece periódicamente ahora en el debate público. Constatando la primacía de la leyenda del personaje sobre una biografía repleta de claroscuros y a la que no dejan de añadirse libros.
Entre los más recientes, una pieza nuclear para la construcción de la leyenda, la reedición de Retrato de un desconocido. Vida de Manuel Azaña (Reino de Cordelia), que escribió Cipriano de Rivas Cherif, cuñado del republicano, amigo íntimo, confidente. Una biografía que arranca con un prólogo de José Luis Rodríguez Zapatero en el que sostiene que «más de siete décadas después de que se vislumbrara el corazón de una democracia social como esa, que hoy nos sigue pareciendo perfectamente reconocible, los ecos de esos anhelos y de esas frustraciones, unos y otras, llegan también hasta nosotros». El otro libro llegado a las librerías, Azaña, el mito sin máscaras (Encuentro), del ensayista José María Marco, rechaza que el presidente de la Segunda República pueda aún ser considerado un hombre cercano al liberalismo y principal referente de nuestra actual Monarquía parlamentaria.
Es la «pulsión revolucionaria» del ex presidente lo que, para Marco, le inhabilita como símbolo y mito. «Azaña se ha convertido en una referencia mitológica única, en la que se vuelca la necesidad de relacionar la democracia actual con la Segunda República, y eso da pie a una reflexión equivocada y sesgada acerca de lo que es la democracia española. Una monarquía parlamentaria no puede tener como referencia a un dirigente republicano que excluyó con sus políticas a más de la mitad de los españoles», subraya.
Autor de otros estudios sobre Azaña como La inteligencia republicana, La creación de sí mismo y El fondo de la nada, Marco sostiene que durante su mandato la República prevalece sobre la democracia. Un republicanismo de autor y a la medida. «Azaña tiene la voluntad de hacer una España nueva, de fundarla, su proyecto fue el de la republicanización de todos los estamentos, como el ejército, y un intento de secularización de la sociedad española que pasa por la supresión de la libertad de enseñanza y asfixiar económicamente a las órdenes religiosas».
La gran novedad que aporta la última investigación de Marco es el perfil de Azaña como un antimoderno, un nihilista imbuido del espíritu del 98 que encuentra en el republicanismo «una tabla de salvación». Más que un político vocacional, un proyecto de artista sin imaginación que a los 23 años abandona su carrera profesional en un importante despacho de abogados de Madrid para instalarse en la casa familiar de Alcalá de Henares y escribir una novela que quedará inconclusa, La vocación de jerónimo. «Es un texto típico de la época, muy influenciado por la literatura francesa y con el que Azaña busca una autenticidad que no encontraba en su etapa madrileña. Quiere ser un artista, no solo un buen escritor, que sin duda es, quiere ser un artista porque este es el único que tiene la capacidad para comunicarse con la esencia de pueblo, del paisaje, de esa España de verdad que él va buscando huyendo de la oligarquía madrileña», señala Marco.
Pero no será hasta la escritura de sus Memorias, décadas después, cuando Azaña, un hombre «muy burgués que se odiaba así mismo y que se sintió toda la vida como outsider en busca de reconocimiento», puede cumplir su ambición de artista. Para Marco el político republicano es un prosista de altura que bebe sobre todo de los escritores reaccionarios y nacionalistas franceses como Maurice Barrès. Seguramente porque en sus años de investigación existencial y de libros fallidos, Azaña sentirá un vacío que le llevará a un profundo nihilismo y de allí al republicanismo como tabla de salvación. «Si los nacionalistas que había leído hablan de la nación como un punto fijo en un naufragio, su respuesta de fin de siglo, Azaña se agarra no al nacionalismo sino a la República. Para él el republicanismo es casi una religión, lo que explica que durante su mandato se niegue a aceptar los hechos que anuncian el fracaso de este proyecto político. Pasa del culto al yo al culto del pueblo español», dice Marco.
Precisamente, es con la proclamación de la Segunda República y su llegada al poder cuando Azaña halla, al fin, la inspiración del artista, que plasmará en sus Memorias, una suerte de monólogo interior y el retrato más descarnado de ese sistema políticos y sus actores, a los que tanto desprecia. Sus años de presidente, pese a la tragedia que vive España o quizá por ello, son su gran obra. El momento en el que «el artista y el político se juntan, y con sus grandes discursos durante la Guerra Civil, que preconizan una política de reconciliación contraria a lo que había practicado anteriormente, Azaña se convierte en el artista puro».
El Mundo, 22-11-21
Ilustración: José Luis Gómez en Azaña. Una pasión española, de J. L. Gómez y J. M. Marco