El general Álava y la recuperación de los cuadros robados por los franceses

En 1803, la Galería que conservaba las obras de arte reunidas por la Corona francesa y la Revolución pasó a llamarse Museo Napoleón. Hasta entonces el Museo había sido una exposición pública que combinaba la exhibición de La majestad del soberano -ya fuera el Rey o el Pueblo- con su difusión, destinada a curiosos, aficionados e “inteligentes”, como se decía entonces. A partir de ese momento se convirtió en la mayor exhibición jamás reunida de obras artísticas, accesibles al público general y destinado por tanto a fomentar el arte y su inteligencia en la sociedad. La obras de arte albergadas en una sola galería permitirían su conservación y su comparación, y, en consecuencia, una visión universal de las más bellas expresiones del espíritu humano. Con un poco de suerte, como venían argumentando desde mediados del siglo XVIII los teóricos de esa nueva institución destinada a llamarse Museo, también propiciaría un nuevo florecimiento de las bellas artes.

El espíritu de las Luces alcanzaba así sus últimas consecuencias y encontraría su apoteosis en París, apuntalada definitivamente como capital de un mundo que vería en el Museo y en la capital de Francia el faro que iluminaría el advenimiento de la nueva era, bajo la guía firme del caudillo que encarnaba, a su vez, el espíritu de la Razón y llegaba para poner su glorioso punto final a la Historia. “Los frutos del genio -escribió un pintor de la época- son patrimonio de la libertad”. Entiéndase: del Museo Napoleón.

Para tamaña ambición no bastaba las colecciones reunidas por la Monarquía francesa. Las guerras revolucionarias abrieron el camino de la importación por la fuerza de obras de Rubens desde Bélgica. No siempre fueron bien recibidas. Eran pinturas de tema religioso, lo que no agradaba demasiado a quienes querían sustituir las religiones reveladas por el culto al Estado laico. También hubo quien, como Quatremère de Quincy, argumentaba, en contra del universalismo ilustrado, que las obras de arte se entienden y se aprecian mejor en el contexto para el que fueron creadas. Entre quienes mantuvieron esta opinión en un primer momento estaba Dominique Vivant -barón Denon-, que cambiaría de idea y llegó a ser el primer director del nuevo Museo Napoleón. Denon acompañó a Bonaparte durante su estancia en España entre 1808 y 1809 y estableció los objetivos de lo que se avecinaba: rellenar los huecos de las colecciones reales y conseguir “a perpetuidad un trofeo de esta campaña”.

Denon había comprendido la oportunidad que las campañas napoleónicas le ofrecían. Bajo la autoridad complaciente del Empereur, las guerras de liberación de los pueblos sometidos al despotismo se convirtieron en una fabulosa empresa de saqueo. Bonaparte lo había comprendido antes que nadie y su campaña en Egipto está en el origen de las colecciones de arte egipcio reunidas en su museo. Ahora se le abrían las puertas de casi toda Europa: los reinos y principados alemanes, Austria e Italia. De Austria, el ejército francés se trajo, a cambio de difundir la Ilustración a punta de bayoneta, 323 pinturas; de Sajonia, llegaron 421. Italia, el país de las artes y de la belleza, fue saqueada a conciencia: se recordarán episodios tan célebres como el del traslado de los caballos de la fachada de San Marcos al arco de triunfo del Carrousel. Para la llegada de uno de estos lotes se organizó en París una gran fiesta el 27 de julio de 1798, aniversario de la caída de Robespierre.

El saqueo de España

España presentaba algunas particularidades relevantes. A diferencia de las demás escuelas de pintura europeas, la española era poco conocida. Estaba mal representada en las colecciones de Europa y, por consiguiente, los lugares donde se conservaban -colecciones públicas, privadas y eclesiásticas- debían estar intactos, un poco al modo de Egipto. Además, también como en el caso egipcio, España era un país atrasado, una sociedad oscurantista sometida al despotismo clerical y feudal. No apreciaría por tanto sus tesoros artísticos y no se opondría a su traslado a la patria de las Luces, donde brillarían por fin en todo su esplendor.

Se sabe lo ocurrido. Los españoles plantaron cara al ejército napoleónico como el Empereur nunca soñó que lo hicieran, hasta el punto de que Bonaparte llegó a considerar la guerra de España como su mayor error. (Un gran compositor, protegido de Josefina de Beauharnais, dedicó a Bonaparte, por indicación de este, una ópera de tema hispánico, Fernand Cortez, con la mala fortuna que el estreno llegó después de la derrota del nuevo conquistador en Bailén.) La inesperada resistencia española trajo por consecuencia un enfrentamiento a muerte, en el que las tropas napoleónicas desataron una campaña de destrucción brutal sobre el patrimonio arquitectónico y urbanístico español. La Revolución les había proporcionado una amplia experiencia en este campo.

Y con la destrucción, llegó el expolio, operado a dos niveles. Uno el de los depredadores particulares, de los que el mariscal Soult es el modelo más acabado, dedicados a robar sin la menor contemplación, ejerciendo tal vez el derecho de conquista, las obras de arte sobre todo pinturas, pero también joyas, muebles y tapices -y dinero y metales preciosos- que más les agradaban. Durante la ocupación, Soult realizó unos diez envíos a París con 109 obras, entre ellas quince de Murillo y unos veinte de Zurbarán, en particular la grandiosa Apoteosis de Santo Tomás de este último, hoy en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Fue recuperada porque el propio mariscal, tal vez en vista de su tamaño, la donó al Museo del Louvre. (Soult indicaba a su mujer dónde debía colocar los cuadros: “1º los más bellos y agradables en tus apartamentos; 2º en los míos; 3º en los salones del primer piso”, etc.: la Apoteosis no cabría en las estancias de los Soult.) A la misma ralea pertenecen el general Merlin, que esquilmó el palacio de la Puerta de la Vega, en Madrid, donde se alojaba, y el general Sebastiani, el mismo que invitó a Jovellanos, sin éxito, a pasarse a las filas afrancesadas. (…)

Seguir leyendo en Fundación Disenso, 15-12-23