El legado de Giner de los Ríos
Francisco Giner de los Ríos y sus amigos los krausistas triunfaron con la revolución de 1868. Fueron la base ideológica de la Monarquía democrática y luego de la Primera República. El fracaso de aquel experimento desacreditó la escuela krausista y cuando se reinstauró la Monarquía constitucional, los que habían sido desalojados del poder en 1868 reclamaron su venganza. Se plasmó en un enfrentamiento del ministro de Fomento (encargado de Instrucción por entonces) con Giner de los Ríos. Cánovas, el gran liberal conservador, habría querido evitar la colisión, pero ni su ministro “moderado” ni el catedrático de izquierdas aceptaron lo que consideraban una vil transacción. Lo querían todo. El episodio se zanjó con la expulsión de la Universidad de Giner y su grupo, para entonces reducido a un puñado de personas.
La Monarquía constitucional se fundaba en el pacto y en la transacción. Giner y los suyos enarbolaban la bandera de la radicalidad y la intransigencia. Así empezó a formarse la fantasía del martirio de la izquierda, cultivada desde entonces de forma compulsiva. La fantasía se cuidó con especial mimo en la empresa que fundaron los expulsados de la Universidad pública, que fue una universidad privada (creada al amparo de la legislación liberal del denostado régimen canovista). Como el krausismo andaba de capa caída, el establecimiento acabó reconvertido en un colegio mientras todos los expulsados iban recobrando sus cátedras en la Universidad pública. A partir de ahí se forjaría el concepto de “liberad de cátedra”, frente al de libertad de enseñanza: había que volver a hacer la revolución, pero con financiación del Gobierno.
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