Cómo explicar a Zapatero. Giner, el mito de la izquierda española
Luis Miguez Macho sobre Francisco Giner de los Ríos. Poder, estética y pedagogía. Madrid, Ciudadela, 2008
El Semanal Digital, 11-10-08
El sectarismo radical del que se acusa hoy al PSOE proviene de la Institución Libre de Enseñanza y de la influencia de su fundador, cuya verdadero alcance queda ahora al descubierto.
Hace unos meses tuve la oportunidad de reseñar en esta misma sección un interesante libro del profesor estadounidense Edward Gottfried, titulado en la traducción española La extraña muerte del marxismo (Ciudadela, 2007), que analiza los fundamentos intelectuales de la deriva nihilista emprendida por la izquierda del Occidente desarrollado tras la estrepitosa caída del marxismo y nos ayuda así a entender mejor el programa radical de gobierno con el que José Luis Rodríguez Zapatero lleva deleitando a los españoles desde hace más de cuatro años. Pero el panorama no quedaría completo sin un estudio de las fuentes autóctonas de ese radicalismo contracultural, que se pueden rastrear en la tradición intelectual de nuestra propia izquierda.
A cubrir ese vacío llega una obra del profesor y periodista José María Marco, Francisco Giner de los Ríos. Pedagogía y poder, que acaba de publicar la editorial Ciudadela. Se trata de la primera biografía completa del famoso pedagogo krausista, fundador de la mítica Institución Libre de Enseñanza, uno de los iconos indiscutibles e indiscutidos del progresismo español hasta nuestros días.
Pocas veces las biografías son ecuánimes. Dependiendo de la mayor o menor simpatía que el protagonista despierte en el biógrafo, o se deslizan hacia la hagiografía, o se convierten en una invectiva encaminada a destruir la memoria del biografiado. Con todo, tanto la hagiografía como la invectiva pueden estar bien o mal fundadas, dependiendo del rigor con el que se hayan manejado las fuentes documentales sobre el personaje de que se trate.
En el caso de este libro sobre Giner de los Ríos, la posición del biógrafo es claramente crítica con el mito construido por la izquierda española alrededor de su figura y su obra, pero a José María Marco no se le puede acusar de falta de rigor en la selección y el tratamiento de los materiales en los que se ha basado. En definitiva, su investigación reúne todos los requisitos exigibles de seriedad científica, como lo testimonia la lista de bibliografía que cierra la obra y las citas que justifican los distintos pasajes de la misma.
Sanz del Río y la introducción del krausismo en España
Por esta biografía de Giner de los Ríos desfilan ochenta años de vida española, que son los que van desde la consolidación del régimen liberal y constitucional tras la muerte de Fernando VII hasta la crisis que el mismo sufrió como consecuencia de las repercusiones en España de la Primera Guerra Mundial. En las páginas del libro comparecen, además de las ideologías que presidieron tan largo periodo, una buena parte de sus protagonistas (políticos, financieros, literatos, académicos), con sus trayectorias personales y políticas.
Lo primero que llama la atención de la historia de Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza son, precisamente, las íntimas conexiones entre progresismo intelectual y elite política y financiera. Aflora así el primero de una larga serie de rasgos cuya persistencia en la España de hoy es más que evidente y que hacen de la obra que nos ocupa un estudio extraordinariamente revelador.
La introducción del krausismo en nuestro país, que es por donde empieza su relato José María Marco, se debió a una iniciativa política premeditadamente dirigida a importar, en un triste panorama de indigencia intelectual, un contrapeso filosófico al monopolio que la Iglesia tenía en este terreno. Con ello encontramos otro de los hilos conductores del progresismo español, el anticlericalismo, que, paradójicamente, en este caso se materializó en la financiación gubernamental del viaje de estudios por Europa de un cura medio exclaustrado, Julián Sanz del Río.
La propia indigencia intelectual en la que se movía el progresismo que programó ese viaje lo único que fue capaz de lograr fue el acercamiento a un autor de segunda fila, el tal Krause, cuyas doctrinas, por lo demás, no dieron en España ningún fruto estimable, pues Sanz del Río y su escuela no produjeron un pensamiento filosófico digno de ese nombre. Lo curioso del caso, y seguimos con las continuidades históricas, es que tampoco la derecha de la época con acceso al poder político, los moderados, sabía muy bien por dónde se andaba y, lejos de cortar con esa creación de sus antagonistas para buscar una alternativa intelectual más solvente, mantuvo una cierta protección oficial hacia los krausistas, es difícil de decir si por una admirable falta de sectarismo o por pura incompetencia ideológica.
Una elite sectaria con buenas conexiones políticas y financieras
Lo que formaron los discípulos de Sanz del Río, con Giner de los Ríos a la cabeza, sobre esa base de protección política y también financiera -con no despreciables conexiones masónicas-, es igualmente una constante en la historia intelectual contemporánea de España: una elite de comportamiento sectario, que cuando tuvo el poder tras la revolución de 1868 lo usó sin contemplaciones, y después de perderlo vivió en una oposición que supo muy bien rodear de una aureola de martirio y disfrazar de exilio interior lo que en realidad era una posición bien cómoda, siempre en la órbita de los poderosos.
Así surgió la Institución Libre de Enseñanza en plena Restauración, cuando los intentos de los krausistas por tomar la Universidad se revelaron infructuosos, más que por resistencias ideológicas por la propia inercia de una institución que en nuestro país siempre ha sido, para lo bueno y para lo malo, altamente endogámica. Ciertamente, la Institución aplicó una pedagogía laica de vanguardia para la época, pero, como revela Marco, su fama ha eclipsado de manera injusta –otra vez el anticlericalismo- la inconmensurable labor educativa que en aquel tiempo llevaba a cabo la Iglesia Católica ante la patente incapacidad del Estado, y que, en algunos casos, incluía la introducción de técnicas pedagógicas novedosas.
Y ¿qué decir de la ética krausista? También nos sonará: una especie de puritanismo que relativizaba las nociones del bien y del mal, que era ateo sin la honestidad de reconocerlo (agnosticismo, se le llamaría a esto décadas más tarde), perdido en lejanas elucubraciones de armonía universal y que produjo como una de sus consecuencias más negativas el espíritu sectario del que los institucionistas volvieron a dar muestras cuando se les permitió controlar la Junta de Ampliación de Estudios y las becas que ésta concedía, y que poco después presidiría la Segunda República, no por casualidad trufada de ex alumnos de la Institución.
El complejo frente a Europa degenera en antipatriotismo
Asimismo, desde su viejo origen en un viaje de estudios por Europa para traernos la filosofía laica que no se hacía en España, el krausismo conservó siempre un complejo de inferioridad frente al extranjero, que en Giner de los Ríos dio lugar a un enorme desprecio hacia su propia patria. De nuevo, Marco señala aquí el origen de uno de los elementos más característicos de la izquierda española, difícilmente encontrable en la de ningún otro país: un antipatriotismo que va mucho más allá del internacionalismo socialista o anarquista, como lo prueba el que hoy subsista cuando este último ha desaparecido (lean, lean esta reciente entrevista al escritor Rafael Sánchez Ferlosio).
Qué quieren que les diga: a mí el Giner de los Ríos que nos pinta José María Marco, con sus manías higiénicas y antitabaquistas, con su pose de predicador laico atrabiliario, me recuerda a los villanos de las obras de Chesterton, y no es casualidad, pues el fundador de la Institución Libre de Enseñanza siempre quiso imitar el estilo snob de esa aristocracia burguesa de Inglaterra que el príncipe de la paradoja combatió con denuedo en nombre de la Merry Old England que bebe cerveza, come huevos con beicon y fuma en pipa.
Yo también creo que la felicidad de nuestra España no se puede hallar en el antipatriotismo, el anticlericalismo sectario y la sustitución de la tradición por el neopuritanismo nihilista de lo políticamente correcto, sino en la asunción con normalidad de que somos una de las grandes naciones de Occidente, con nuestra historia, cultura y tradiciones, tan buenas y tan malas, por lo menos, como las de los demás. Para ello habría que superar pesadas hipotecas como las que nos ha dejado una tradición intelectual progresista mitificada acríticamente que obras como ésta ayudan a desenmascarar.