Giner de los Ríos. El alma de la izquierda

Jorge Vilches sobre Francisco Giner de los Ríos. Poder, estética y pedagogía. Madrid, Ciudadela, 2008

Libertad Digital, 13-11-2008

Hay historiadores que tienen un momento culminante en su trayectoria, un momento en el que son capaces de aunar con éxito el buen pulso narrativo, el acierto historiográfico y la actualidad. El mérito es aún mayor si cometen la osadía de poner en cuestión la verdad académica, pues saben que sus trabajos van a encontrar la muerte civil, o bien el repudio expreso de ciertos mandarines universitarios.

 

Poco importa, ciertamente, el mohín ignorante del historiador políticamente correcto, es decir progre, al oír el nombre o el título del libro de ese otro historiador que ha puesto en tela de juicio el paradigma oficial. Y es conocido que no hay perdón académico posible ni camino de redención abierto para el historiador que, además, toca a un mito de la progresía, a uno de esos santos laicos que componen la argamasa figurativa del complejo de superioridad moral y política de la izquierda.

Uno de esos historiadores es José María Marco, que acaba de reeditar Francisco Giner de los Ríos. Pedagogía y poder, donde analiza la personalidad, obra e influencia de dicho personaje, uno de los entronizados. Es uno más, porque el santoral laico del progresismo posmoderno es largo, en buena medida porque presenta como izquierdistas a muchos liberales del XIX, gente que sin duda se espantaría ante el socialismo de los siglos XX y XXI porque ya lo hacía con el que le tocó en suerte durante el Ochocientos. También se ha alargado la lista de santos laicos a base de presentar como progresistas a totalitarios de la izquierda, sujetos que posiblemente habrían pasado por las armas o la guillotina a muchos de los que hoy les reivindican.

Como cuenta magistralmente Marco, la santificación de Giner de los Ríos se llevó a cabo cuando éste aún vivía. Y es que Giner fue un hombre hábil en el trato con los políticos y un gran cautivador. La clave del personaje radica en su destreza para construir una mentalidad estética, trufada de superioridad moral e intelectual, sobre un proyecto pedagógico y político (permítaseme la redundancia). Giner aprovechó perfectamente las circunstancias históricas, es decir, la estabilidad del régimen de la Restauración y la conciencia generada por el 98 en ciertos ambientes culturales y políticos. Al tiempo, se rodeó de un grupo de personas que se consideraban la vanguardia de una nueva era que, paradójicamente, ellos mismos creían imposible en España, cuyo carácter, según el propio Giner, «se arrastra por los suelos, entregado a la holganza, la prosa y la miseria» (p. 292).

El ideal de Giner y sus discípulos era el krausismo, que Marco juzga un recurso fallido para modernizar el progresismo español frente al doctrinarismo de los conservadores. La filosofía del alemán Friedrich Krause la trajo a España Julián Sanz del Río, el maestro de Giner, a través del libro Ideal de la humanidad para la vida. Esta obra era una traducción de un trabajo de Krause al que Sanz del Río «no adaptó ni añadió nada de su propia cosecha»; vamos, que era «un fraude», un «plagio» (p. 47). El objetivo de esa modernización ideológica era contraponer el deseo de armonización social y el laicismo a la búsqueda del justo medio y a la confesionalidad postulada por el pensamiento liberal-conservador.

La ocasión para los krausistas llegó tras la revolución de 1868, cuando alcanzaron el poder político y educativo. Los discípulos de Sanz del Río vieron entonces la oportunidad para dirigir España a la modernidad perdida. El fracaso fue completo en todos los órdenes: los universitarios se rebelaron violentamente en varias ocasiones, el profesorado no comulgó con el paradigma krausista, el devenir político del régimen fue una serie de desdichadas catástrofes… Lo mismo ocurrió en la II República, cuando los discípulos de Giner quisieron crear una «España nueva», en la que la armonía krausista consistiría en la imposición de una uniformidad.

Giner se creció con el fracaso de 1873 y decidió empeñar su vida en la creación de una red educativa con centro en la Institución Libre de Enseñanza, que más que una «empresa comercial», señala Marco, fue un «proyecto personal» de su creador. Pero también éste cambió; abandonó el liberalismo por un organicismo que buscaba constantemente la intervención pública y que atesoraba una fuerte desconfianza hacia la democracia. El desprecio hacia el individuo y el pueblo estaba implícito, cuando menos, en la pretensión ginerina de crear una élite que trasformara el país, un grupo dominante tocado estéticamente por la pulcritud moral, la erudición explícita y la superioridad civilizadora sobre sus congéneres. De esta manera, Giner creó una religión laica, con dogmas, mandamientos, apóstoles y textos sagrados. Y sus feligreses santificaron al maestro.

El legado de Giner de los Ríos, expuesto en el epílogo, es sin duda la parte más combativa de esta obra de Marco. Ese legado es, Logse aparte, más que evidente en el socialismo de hoy. En primer lugar tenemos la negación de la revolución liberal española (con la cantinela de la «revolución pendiente»), la desvalorización de la construcción del Estado liberal del XIX (envuelta en un complejo de inferioridad respecto a modelos ideales) y la atribución al liberalismo (y al capitalismo) de los males de la humanidad. También tenemos la «animosidad hacia la idea de España» (p. 343): y es que consideran que España es un país mal hecho, dominado siempre por la oligarquía, eternamente oprimido, antieuropeo, con un pueblo trágico, sangriento, inferior a «los del norte»; una mater dolorosa que aísla o no escucha a los modernizadores, o sea a Giner y sus secuaces. En tercer y último lugar, el legado de Giner se aprecia en el relativismo moral y la falsa tolerancia, que convierten a los progres en despiadados verdugos del que piensa y vive de otra manera. Todos conocemos algún caso, por lo que yo añadiría un cuarto legado: el sectarismo.

En conclusión: la lectura de esta biografía de Giner es una herramienta insustituible para acercarse a la mentalidad actual del socialismo español.