Lecciones de 1923 para 2023
Roberto Villa, 1923. El golpe de Estado que cambió la historia de España, Espasa, 2023.
El aniversario del golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera nos invita a reflexionar sobre la forma en la que los regímenes constitucionales se derrumban y desaparecen. Como es bien sabido, el 13 de septiembre de 1923 Primo de Rivera obligó al rey Alfonso XIII a destituir al Gobierno y se hizo con todo el poder gracias al respaldo casi unánime del Ejército y de la opinión pública. Arrancó así una dictadura de casi siete años, que no consiguió institucionalizar un nuevo régimen político, aunque aceleró la modernización económica y social del país. También tenemos mucho que aprender sobre sus consecuencias. Hasta 1978, más de cincuenta años después, y mediando una brutal guerra civil, nuestro país no recuperó un régimen liberal.
Desde que la Segunda República puso en escena una parodia de juicio sobre las responsabilidades del Rey en el golpe, se consolidó la interpretación según la cual el golpe de Estado de 1923 sería el desenlace lógico del régimen «pseudo-liberal» y la dictadura, la culminación de los cincuenta años de liberalismo, designados con el término supremamente despectivo de “Restauración”. Entre Alfonso XIII y Primo de Rivera habría una casi perfecta continuidad.
El último trabajo de Roberto Villa desmiente esta interpretación. No es el primero en hacerlo, y antes vinieron el ya clásico de Javier Tusell y otros estudios como los de Demetrio Castro y Guillermo Gortázar. Y sin embargo, esta es la primera vez que se ofrece un panorama de conjunto que demuestra que el régimen constitucional no estaba destinado a caer. No había una amenaza externa que lo pusiera en peligro (Marruecos es un conflicto de otra índole). La opinión se manifestaba con entera libertad. La información en circulación era excelente. Las elecciones, cada vez más competitivas, empezaban a ser las propias de un régimen democrático y la participación del electorado no deja dudas del interés de los españoles en la política. El régimen constitucional no se hundió porque su propia naturaleza le condenaba a la desaparición. Se hundió porque las elites gobernantes no supieron hacer frente a los problemas.
Cierto que estos problemas no eran pequeños. Estaba la plaga terrorista del sindicalismo anarquista, particularmente sangrienta en Barcelona, lo que explica que fuera el capitán general de Cataluña, aplaudido por todas las fuerzas vivas de la región, en particular los regionalistas de la Lliga, el que encabezara el golpe. Estaba también la deriva secesionista del regionalismo. Estaba la guerra de Marruecos, con una situación agravada con la política de «protectorado civil» puesta en marcha tras la derrota de Annual de 1921. Y estaban los movimientos en el Ejército, con la amenaza constante de ese sindicato de oficiales llamado Juntas de Defensa, jaleadas por republicanos, socialistas y regionalistas.
Siendo muy graves todos estos desafíos, el régimen contaba con instrumentos y con recursos para encauzarlos. El terrorismo anarquista pudo ser reprimido. El ejército tenía medios y conocimientos -como se demostró con la toma de Alhucemas en 1925- para pacificar la zona. El secesionismo catalán, aunque había dejado de ser anecdótico, era todavía un peligro controlable. Por su parte, el socialismo sólo llegó a ser relevante gracias a la dictadura. La clave del colapso del régimen está por tanto en la incapacidad de la clase política. La crisis es rastreable hasta la revolución de 1917, a la que Roberto Villa dedicó otro gran estudio, y que trajo la quiebra del “turno”, el acuerdo político establecido por Cánovas y Sagasta para estabilizar la Monarquía constitucional. La fragmentación afectó a los dos grandes partidos, sobre todo al Liberal, que se dividió en grupos irreconciliables, incapaces de colaborar y dispuestos incluso a aprovechar el asunto de las responsabilidades políticas por el desastre de Annual para descabalgar del Poder a los conservadores.(…)
Seguir leyendo en La Lectura – El Mundo, 08-09-23