Ante los refugiados
El ministro García Margallo se ha decidido a clarificar la posición de España ante el último principio de acuerdo sobre los refugiados. Nuestro país no va a respaldar lo acordado en Bruselas y se opone a cualquier expulsión colectiva. Pide un tratamiento individualizado y garantías que proporcionen seguridad a los refugiados. Es una decisión importante, que acentúa la tendencia del gobierno español a asumir que la Unión Europea debe ofrecer una sociedad política basada en la más alta exigencia ética.
Las declaraciones de Sánchez, de un encendido altruismo, son igual de inequívocas.
Quizás también, además de este profundo idealismo, hayan intervenido otras consideraciones. El norte y el centro de Europa tienden a cerrarse bajo la presión cada vez mayor de una opinión pública que ya no acepta niveles tan elevados de población extranjera y que encuentra su forma de expresión, por lo menos en parte, en populismos nacionalistas. En nuestro país, en cambio, la presión de una parte de la opinión pública, expresada por populistas de izquierdas, clama por todo lo contrario. Las elites autoilustradas siguen estando, como siempre, a favor de la acogida. La pancarta de bienvenida a los refugiados sigue proclamando con orgullo y un objetivo interno indisimulado la generosidad sin fin de nuestras instituciones desde la fachada del Ayuntamiento de Madrid, en plena Cibeles. Las declaraciones de Sánchez, de un encendido altruismo, son igual de inequívocas. Así que si en una parte de la Unión hay cierre, en nuestro país hay apertura… y deseo de más.
Todo el mundo, incluido el gobierno alemán, ha variado en cierta medida su posición ante un asunto tan delicado. En nuestro país ha habido elecciones, con los resultados que conocemos, y el Gobierno se había comprometido a pactar las grandes decisiones de política exterior como esta, que compromete la posición de cualquier futuro ejecutivo. No está claro que el reciente acuerdo cumpla todos los requisitos exigibles en cuanto al respeto de los derechos humanos…
Se echa de menos, eso sí, una propuesta para que se respeten las fronteras, algo que también parece ser un derecho de los ciudadanos de los países de la Unión. De otro modo parecerá que se está dispuesto a acoger a todo el que venga. Nuestro país ha sido un ejemplo en la gestión de la inmigración y la integración. Como no tenemos refugiados y al sur la estabilida política está garantizada por un régimen semi autocrático, podemos permitirnos el lujo de preconizar una política basada en valores universales. Veremos qué ocurre si los refugiados, las mafias que los trasladan y los países en los que se encuentran se toman en serio lo que parece una invitación.
La Razón, 15-03-06
Ilustración: refugiados en Budapest