Espadones
En la historia de nuestro país, se habla de “espadones” cuando se hace quiere hacer referencia a los militares que tanta importancia tuvieron en el reinado de Isabel II, entre 1833 y 1868. La expresión, paródica, es fruto de la saña con que nuestros compatriotas se empeñaron en desacreditar el liberalismo español. En realidad, “espadones” como Espartero, Narváez y O’Donnell estaban al servicio de unos partidos que no acababan de elaborar el difícil consenso que requiere un régimen constitucional. No lo querían destruir. A contrario, aspiraban a consolidarlo. Hasta que Cánovas, en 1876, acabó con aquella práctica e instituyó de una vez por todas el régimen liberal en España. Los espadones pasaron a la historia. Los militares que vinieron después fueron muy otra cosa.
A lo espadones se les sigue rindiendo culto en otras latitudes, pero no porque esos espadones quisieran consolidar regímenes constitucionales y naciones modernas. Más bien, porque se esforzaron por impedirlos. Con su célebre Decreto de guerra a muerte, Bolívar -sin ir más lejos- desató una violencia tal que hizo imposible cualquier estabilidad en las naciones recién constituidas, a las que les quedaba por delante el muy largo y arduo camino de consolidarse como tales. Luego Bolívar, hombre culto, advertiría contra las “repúblicas aéreas”, hechas sin contar con “la realidad de las cosas”.
Es posible que ya antes que otros muchos, Bolívar hubiese comprendido hasta qué punto el Nuevo Mundo iba a ser proclive a negar la racionalidad y la sensatez, y a dejarse llevar por la pendiente de los experimentos políticos basados en la ilusiones de emancipación perpetua, como si el continente se aplicara a aplicar las reglas del realismo mágico en policía, inventando de paso una “identidad latinoamericana” hecha de fantasía y desprecio al sentido común. Una actitud que nuestros ilustrados llamaban, con horror, “quijotismo”.
El “quijotismo”, por otra parte, también está bien repartido de este lado del Atlántico. No hace falta glosar la historia sobreactuada con la que los podemitas han acogido el gesto prudente del Rey Don Felipe VI ante la exhibición del espadón de Bolívar. Aparte de intentar desacreditar la Corona, se dirigen a sus amigos y proyectores iberoamericanos, a los que demuestran su lealtad revolucionaria. Mas interesante es la actitud del gobierno y la de las elites de izquierdas españoles, que quieren quitar hierro al asunto. Los podemitas, efectivamente, no siempre son unos socios presentables, pero no se podrá negar que es Gustavo Petro el responsable de un gesto propio del perfecto populista: la reivindicación del espadón, es decir de la arbitrariedad y el ejercicio de la fuerza, sobre las pautas de conducta regladas, conocidas y establecidas mediante procedimientos contrastados y democráticos. La exhibición de comprensión a Gustavo Petro y la voluntad explícita de no dar importancia a la actitud de los socios de gobierno nos ponen otra vez sobre la pista de algo que conocemos bien, como es el empeño por incorporar a España al proceso de desmantelamiento de las naciones constitucionales y su sustitución por comunidades tribales. Claro que aquí mismo el Rey ya ha tomado parte en otros ritos de vudú político, como los celebrados por dos veces en memoria de los fallecidos por el Covid, ceremonias en las que sólo ha faltado la invocación a alguna reliquia de tiempos paganos, como el espadón de Bolívar. Mientras solo sea eso, dirá alguno.