La cabeza fría
Que hay una guerra en Siria, con más de 200.000 muertos, parece poco discutible. Que el ISIS lleva otra guerra por su cuenta, también lo es. Y que de fondo hay otra, que contribuye a explicar las dos anteriores, entre grupos e intereses chiíes y suníes tampoco parece muy dudoso. El panorama de Oriente Medio es, en este sentido, cada vez más inextricable.
Que estas guerras sean las nuestras, en cambio, es algo muy distinto. De hecho, no está nada claro que lo sean. Los ataques que se vienen produciendo en las democracias liberales desde los noventa van dirigidos –cada vez más- contra la población civil, indefensa por tanto, y por muy bien organizados que estén no requieren, ni tienen, un aparato militar detrás. Son obra de cobardes acomplejados, fanatizados hasta la pura imbecilidad. Lo contrario de un militar. Darles la categoría de acciones de guerra y otorgar a la lucha contra ellos esa misma categoría, es obsequiarles con una dignidad de la que carecen. Exactamente lo que los terroristas están deseando. Seguramente, ninguna propaganda del ISIS es comparable en eficacia al uso de la palabra “guerra” por los líderes y los creadores de opinión de las democracias liberales. (En nuestro país, durante la lucha contraterrorista, nunca se habló de “guerra” contra el terrorismo nacionalista.)
En cuanto al choque o a la supuesta “guerra” de civilizaciones, lo es aún menos, si cabe. Las democracias liberales tienen un problema con la religión, ante la que perdieron hace años su actitud de tolerancia. Siguen empeñadas en expulsarlas del espacio público, es decir de la sociedad. Eso es ceguera, fanatismo, y como tal acaba produciendo fanatismo y respuestas fanáticas. Ahora bien, sigue sin ser una guerra. Es un problema que tenemos que resolver entre todos, volviendo a los principios de generosidad y libertad que eran los nuestros. Y manteniendo la cabeza fría.
Si las democracias occidentales siguen declarando guerras absurdas a quienes lo único que desean es, precisamente, que se las declaren, y si continúan las estampidas y los contraataques espasmódicos –cínicos o emocionales, da lo mismo a estas alturas- seguiremos atizando conflictos en vez de contribuir a encauzarlos. Y dentro de no mucho tiempo, conseguiremos tener la guerra que tanto parece que se echa de menos. Según el Departamento de Estado norteamericano, en 2002 hubo menos de mil muertos por terrorismo. El año pasado hubo más de 30.000. Así es como vamos.
La Razón, 27-11-15