Liberalismo clásico y nuevo liberalismo
Un nuevo libro de Mario Vargas Llosa siempre es un acontecimiento, más aún cuando el escritor invita a la estrella de la política española, Albert Rivera, a presentarlo con él. El acto fue, como era de esperar, un respaldo de Vargas Llosa a Rivera, pero incluso en la continuidad y la comunidad de ideas, dejó entrever algunos matices que distinguen con claridad el liberalismo clásico del Nobel de ese otro liberalismo moderno, o nuevo, del que se reclama el líder de Ciudadanos, partido que dejó atrás la marca socialdemócrata para abrazar el “liberalismo progresista”.
Uno de estos matices se refiere al término de nación, que Vargas Llosa, aunque sea de forma muy tenue, no puede dejar de relacionar con el nacionalismo del que él mismo es gran debelador. Por eso recordó en tono de elogio la propuesta de “Estados Unidos de Europa” que hizo Ortega después de la Segunda Guerra Mundial. Con elegancia, Rivera remitió la posibilidad a tiempos venideros, los que llegarán con sus nietos, lo que le proporciona margen suficiente para seguir compatibilizando nación y Unión Europea mientras rinde un sobrio homenaje al patriotismo como virtud opuesta a la ideología nacionalista.
La otra discrepancia vino a cuenta del tamaño del Estado. A Vargas Llosa le gustaría verlo reducido. Rivera, en cambio, se muestra más comprensivo con una situación como la actual, en la que el Estado es no sólo garante de la justicia y de la igualdad (de oportunidades), sino también promotor activo de los derechos humanos, lo que le proporciona de forma automática unas competencias y una capacidad de intervención que el liberalismo clásico siempre consideró, y considera, excesivas.
El acto de presentación permitió presenciar el tránsito de una idea liberal a otra. Vigentes siempre los principios –la defensa de los derechos humanos, la tolerancia, la disposición al pacto y al diálogo, el anti dogmatismo-, la posición de Rivera resume un liberalismo que hace suya parte de las propuestas de una izquierda que ha dejado atrás, como una molestia, cualquier aspiración a gobernar. También es verdad que acentúa los elementos conservadores de la propuesta liberal, dicho sea sin ninguna intención peyorativa. Al revés.
La Razón, 23-03-18