Neolengua. El punto medio
Tocqueville, el aristócrata francés que mejor comprendió la democracia norteamericana, decía que a medida que la igualdad de condiciones avanza, las lenguas se van haciendo más y más abstractas y las palabras concretas, referidas a hechos singulares, van dejando paso a eufemismos de perfiles desdibujados y contenido difuso, como para no suscitar inquietudes.
En Francia, al fin y al cabo cuna de la democracia en Europa –con mucha sangre, eso sí-han llegado muy lejos en esta evolución con la llamada escritura inclusiva. Ya se habían introducido elementos, como el de feminizar con la e muda algunas palabras (“auteure”, por autora, y “docteure” por doctora), ajenos al genio, tan delicado, de la lengua francesa. Ahora se trata de algo mucho más contundente: añadir a cada palabra una terminación femenina, dándole al lector la posibilidad de elegir entre esta y la masculina mediante la interposición de un punto llamado medio. Elector en francés se dice “électeur” y electora “électrice”. En el nuevo francés inclusivo las dos variantes se fundirían en un(.a) “électeur.rice-es”, perfectamente impronunciable.
Habrá quien diga que esta neo lengua hipercorrectamente política, en vez de “inclusivizar” (habrá que empezar a inventar palabras nuevas), está empeñada en deconstruir (más palabros) el idioma: hacer explícito todo aquello que la lengua nos transmite, de forma aparentemente natural, sesgando así, sin tomar nosotros conciencia de ello, nuestro conocimiento de la realidad y nuestro comportamiento. Lo inclusivo vendrá luego, una vez evidenciados y destruidos los prejuicios en los que nos instala una lengua que es legado de un mundo machista y excluyente. De buenas a primeras, la neo lengua inclusiva es activista.
Como resultado del debate, el gobierno francés ha descartado el uso del francés inclusivo en la administración, aunque algunas alcaldías, en particular las del cambio, como la de París, lo utilizarán en sus comunicados. No se sabe cuánto resistirá la República, que en Francia solía ser conservadora. Sea lo que sea, se va confirmando la intuición de Tocqueville, con una dimensión que este no soñó nunca, claro está. La lengua queda al margen de lo que los seres humanos piensan y viven.
Lo peor es que entre la extrema abstracción de la hiperpolitizada neo lengua igualitaria y la brutalidad de la cotidiana, plagada de exabruptos y groserías, parece que va quedando poco.
La Razón, 24-11-17