Nostalgia
Un reportaje de la revista satírica norteamericana The Onion explicaba hace poco tiempo cómo el alzheimer que afecta a los baby boomers, los que fueron jóvenes en los 60 y los 70, les lleva a idealizar aquellos años y a contar las batallitas de Woodstock, de la Sorbona o, en nuestro caso, las de las manifestaciones de la “complu”, las “luchas” estudiantiles y los “recitales” (es un decir) de los cantautores catalanes como si hubieran sido lo más de lo más en cuestión de intensidad, vitalidad y diversión.
Lo más gracioso –esto ya no viene de The Onion– es que antes incluso de que les atacara el alzheimer los baby boomers consiguieran trasmitir a los que han venido luego, la gente de las generaciones X, Y, & millennials (“milénicos”, según el barón de Charlus), esa misma enfermedad. Quizás es por eso por lo que asistimos al revival de todo aquello, como si las insufribles asambleas, las patéticas luchas estudiantiles y los plomizos cantautores, catalanes o no, constituyeran un ideal de vida. Fue peor aún que aburrido. Fueron años angustiosos, plagados de historias trágicas y más de una vez sórdidas. Casi todo lo contaminaban la política y la fealdad, sobre todo la fealdad. Años y años perdidos, que no volvieron nunca.
Quizás la rebelión antiautoritaria, que protagonizó aquella generación en primera persona, no se podía expresar de otra manera. Luego esa misma rebelión antiautoritaria dio otros frutos, más amables, que recogió gente un poco más joven. También de aquellos años data la verdadera caída del Muro de Berlín. Fue entonces, entre 1968 y 1973, cuando se derrumbó el prestigio de las ideologías totalitarias…
…Prestigio que hoy renace en circunstancias muy distintas, pero rodeado de nostalgia hacia aquellos años de ruptura. ¿Alzheimer, como sugiere The Onion? Al menos malentendido. Que una nueva generación se encierre en la repetición de aquel callejón sin salida y se crea sin discusión lo que les están contando de todo aquello –de las asambleas, los cantautores, la lucha de clases y el pueblo unido- resulta portentosamente ridículo. Hay motivos para el descontento, sin duda, y para intentar cosas nuevas, pero nuevas de verdad, no para el alzheimer precoz. Hasta hace poco, no era una enfermedad contagiosa.