Paranoias. De Spacey a Plácido
La absolución de Kevin Spacey de los cargos de acoso sexual sobre un hombre joven ha tenido menos repercusión mediática que la espectacular ola de reprobación que suscitó el escándalo, cuando se le expulsó de la famosa serie que protagonizaba y se le retiró algún premio. El daño está hecho, como estará hecho pase lo que pase con las acusaciones contra Plácido Domingo. Sobre todo en Estados Unidos, un país particularmente proclive a un estilo paranoico de comprender la realidad política y cultural.
Fue el tema de un famoso ensayo publicado en 1964 por el profesor Richard Hofstader, titulado El estilo paranoico en la política norteamericana. Hofstader encontraba en el “!estilo paranoico” una constante en la vida política de su país, desde las corrientes antimasónicas del siglo XVIII, el antijesuitismo en el siglo XIX hasta, más cerca de la fecha de publicación del ensayo, el maccarthismo de la década de los cincuenta y, a principios de los sesenta, el renacer del conservadurismo norteamericano bajo el liderazgo de Barry Goldwater.
Como previendo el éxito que iba a tener su ensayo, Hofstader insistió en que cuando hablaba de paranoia, y por tanto de conspiraciones, no lo hacía metafóricamente. Aquellos que protagonizaban los movimientos que él clasificaba como tales estaban sinceramente convencidos –y no eran monstruos, ni seres repugnantes- que tal conspiración existía. Creían que se disponían a secuestrar el alma norteamericana, mientras desvirtuaban de lo que ellos consideraban su auténtica naturaleza.
También es cierto que el propio Hofstader había indicado en su análisis algunas características de estos movimientos. Una es la urgencia con la que el paranoico aborda su propia misión. Otra es su liderazgo militante, hoy diríamos activista, que le permite ver lo que los demás no perciben (todavía). Y otra es la caracterización del “enemigo” como un ser sin escrúpulos que se aprovecha cínicamente de la situación para imponerse.
De la descripción que hace del maccarthismo, se deduce que también tuvo en cuenta la disposición a insertar los hechos en redes interpretativas en las cuales encuentran su verdadero significado y su coherencia antes oculta, como cuando el sucesor de McCarthy afirmó que el propio Eisenhower era “un miembro entregado y consciente de la conspiración comunista”. Era algo evidente para él: el paranoico intenta tomar el control de una realidad que se le escapa.
Kevin Spacey
Buena parte de estas características se encuentran en el fondo, no de las acusaciones como las que padeció Spacey y sufre ahora Plácido Domingo, sino en la forma en la que son acogidas. Tienen, por tanto, posibilidades no ya de ser tomadas en serio, sino de ser aceptadas de por sí, sin necesidad de pasar por el contraste con los hechos y, por supuesto, antes de que se haya producido cualquier juicio que esclarezca los casos y sirva de garantía para evitar abusos como los cometidos con Spacey.
Aquí encontramos todas las características del “estilo paranoico”: el hombre convertido en un enemigo –deshumanizado, por tanto-, la capacidad visionaria no ya de quienes acusan –muchas veces a toro muy pasado- sino de quienes se apresuran a tomar partido y apoyar a los acusadores en nombre, justamente, de un orden nuevo que termine con un estado de cosas insoportablemente injusto. Y está, cómo no, el desdén hacia los hechos en sí, fuera de la trama en la que adquieren significado. De hecho, la absolución judicial de Spacey no ha hecho desaparecer la culpabilidad. Algo habrá hecho, como dictaminó una columnista de la revista Variety, la más influyente del mundo del espectáculo en Estados Unidos. Desde esta perspectiva, como también apuntó Hofstader, el “estilo paranoico” anula cualquier complejidad: aquí no hay zonas grises, ambigüedades ni posibles compromisos.
Entre los elementos más sorprendentes de estos movimientos está el hecho de que buena parte de ellos afecten a figuras del espectáculo: Hollywood, una de las comunidades más corruptas del mundo, da lecciones de moral. También en esto hay algo muy característico y también señalado por Hofstader. Y es que aunque estas pulsiones son universales y aparecen en muy diversos momentos históricos, tienen algo propiamente norteamericano en su espectacularidad contagiosa. Quizás relacionado con una sociedad con latentes, o abiertos, conflictos étnicos y religiosos, como es la norteamericana. Hoy la religión tiene poco que decir a este respecto, pero tal vez Hofstader añadiría, de estar vivo, la cuestión de las minorías. A partir de ahí el “estilo paranoico” prende con cierta facilidad en otros climas, menos propensos en principio, quizás porque lo social es menos frágil que en Estados Unidos, a estas bajas pasiones políticas.