Rushdie. El terror y el perdón
Recuerdo muy bien a un grupo de amigos iraníes jóvenes, exiliados en París a principios de los años 80. Se movían por la ciudad con precaución, atentos a cualquier movimiento extraño, deteniéndose siempre, aunque fuera apenas unos segundos, en las esquinas… Sabían, como también sabían ya los no nacionalistas del País Vasco, que seguramente estaban vigilados y, sin la menor duda, amenazados por los ayatolás fanáticos. Ayatolás celebrados por Michel Foucault -por seguir con los recuerdos-, quintaesencia y profeta del nuevo pensamiento francés, pronto norteamericano y occidental a no mucho tardar. (Yo mismo, buen ejemplo de la frivolidad europea de la época, admiraba y leía a Foucault e incluso asistía a sus cursos en el Collège de France). Menos de diez años después, en febrero de 1989, llegó la famosa “fatua” contra Salman Rushdie por la publicación de Versos satánicos. Aquí en España, un país que se había resignado con fatalismo oriental a la violencia cotidiana del terrorismo nacionalista vasco, la fatua no recibió todas las condenas que merecía. Menos previsible era que sucediera lo mismo en otros muchos países europeos.
La actitud constituía el precedente de lo que se avecinaba: la tolerancia de la izquierda occidental hacia el fanatismo y los fanáticos musulmanes, y su disposición a no pedirles cuenta por su intransigencia y sus crímenes. En España, por ejemplo, se sigue considerando la “causa palestina” como algo justo y digno de respeto, sin la menor consideración hacia las víctimas del terrorismo palestino -en cualquiera de sus diversas facetas-, ni hacia la propia población palestina, mantenida en perpetuo estado de dependencia y miseria por sus propios dirigentes. En el resto de Occidente, y también aquí, el otro ejemplo egregio de empeño por ignorar la violencia de los musulmanes fanatizados es la eterna voluntad de negociar con Irán. Aun sabiendo, como todos sabemos, que esa “apertura” contribuirá a que un Estado terrorista como el iraní llegue a tener un armamento nuclear que usará a su antojo, incluido, si hace falta, contra Occidente.
Lo más sorprendente de todo, siendo todo lo anterior sumamente llamativo, es que no ocurre lo mismo a la inversa. Así como los occidentales están dispuestos a perdonarlo todo a Irán y a los terroristas, ni estos si sus simpatizantes occidentales perdonan nunca a quienes consideran sus enemigos. Aunque el poder civil iraní se distanció hace tiempo de la condena que pesa sobre Rushdie, el imán Alí Jameini la ha ratificado siempre. Consecuencia: el intento de asesinato en Nueva York 33 años después de los hechos. Otro tanto ocurre con la izquierda occidental, ya plenamente imbuida de wokismo. Hay crímenes que prescriben y se perdonan, como los del terrorismo nacionalista vasco o los de los golpistas nacionalistas catalanes. Y los hay que no prescriben jamás. La actitud ante los primeros contribuye a normalizar a los criminales políticos, como ocurre en el País Vasco, en Cataluña y ante Irán, un país al que se quiere devolver la respetabilidad entre los Estados civilizados. La actitud ante los segundos, en cambio, es el instrumento de otra clase de violencia, simbólica pero no menos brutal, como es la exclusión y la condena de aquellos considerados culpables: en España, sin ir más lejos, los designados por las leyes de Memoria. Ay de aquel que caiga bajo estas “fatuas” eternas de la izquierda. El pecado no se borrará nunca y el pecador será expulsado por siempre del espacio público.
La Razón, 20-08-22