Alternativas para la paz. La propuesta de Bennett
El fracaso de las negociaciones de paz auspiciadas por la Administración Obama entre palestinos e israelíes ha traído aparejado muy diversas reacciones. El papa Francisco, como ya sabemos, ha convocado a Peres y a Abbas a rezar en el Vaticano. Obama ha sugerido una pausa, algo que también ha apoyado The Economist, mientras que su secretario de Estado, John Kerry, ha declarado que no da por cerrado el proceso. (Obama lo ha apoyado.) Netanyahu, por su parte, ha hablado de “medidas unilaterales”, aunque ha declarado luego que eso no quiere decir evacuación de los asentamientos.
También ha habido otras reacciones, muy diferentes, como era de esperar de una sociedad tan compleja como la israelí, incluidos los territorios bajo la Autoridad Palestina.
Una de las más llamativas ha sido el Pan de Estabilidad de Naftali Bennett. Bennett, al que la revista Time dedicó una larga entrevista, ha sido militar, abogado, empresario de nuevas tecnologías informáticas. Es un hombre fascinado por las redes sociales y con una personalidad avasalladora. Representa un estilo nuevo de hacer política desde la derecha. Es el líder de HaBayit ha-Yehudí (La Casa Judía), un partido sionista y religioso, conservador, surgido de una de las organizaciones políticas más veteranas de Israel, el Mafdal.
Bennett sostuvo, durante la campaña electoral de 2013, la que le lanzó como político nacional, que había que dar voz a un sector de la población israelí, muy en particular gente joven, que ha crecido con la segunda intifada y no se hace ilusiones acerca del momento en el que se encuentran. El mito de Israel como refugio seguro, tan importante en la creación del Estado israelí, ya no sirve: Bennett constata que un judío vive hoy más seguro en Nueva Jersey o en Melbourne que en Israel. (En Europa está dejando de ser así otra vez.) Por eso los jóvenes saben que Israel tiene que defenderse, que esa situación no va a cambiar, que las revoluciones árabes abren horizontes sobre los que los israelíes –y nadie, en general- tienen ningún poder, y que, en esas condiciones, es imprescindible subrayar la identidad nacional y lo que tiene de integradora, más allá incluso de la religión y de la pertenencia cultural. El éxito obtenido en las elecciones de 2013 le ha llevado a ocupar el cargo de ministro de Industria, Comercio y Empleo en el actual gobierno de Benjamin Netanyahu.
En 2012, Naftali Bennett dio a conocer su Iniciativa de Estabilidad. Ahora ha vuelto a presentarla. Consiste, básicamente, en cuatro puntos. En primer lugar, los dos territorios de Cisjordania conocidos desde Oslo II (1995) como Área A y Área B quedarían bajo la autoridad palestina, que las gestionaría de forma autónoma. También se derribarían todos los muros, las separaciones y los puntos de control que separan la zona bajo control israelí y la zona bajo control palestino. Bennett propone una total libertad de movimientos, de intercambios y de inversión, basándose en el hecho que, hoy por hoy –según él, claro- es posible controlar la seguridad en la zona. El gobierno israelí trabajaría con la comunidad internacional para promover la inversión en la zona. El tercer punto consiste en la anexión a Israel del resto de Cisjordania –Área C– donde viven, según los cálculos de Bennett, 400.000 israelíes y 70.000 palestinos, que recibirían la ciudadanía israelí. Jerusalén Este y los Altos del Golán permanecerían bajo soberanía israelí.
La propuesta de Bennett se basa en la convicción de que el objetivo de los dos Estados es irrealizable. No ha sido el único. Buena parte de los habitantes de los asentamientos piensan, como era de esperar, algo parecido, aunque en general tienden a prolongar el statu quo, algo difícil de aguantar para cualquier gobierno israelí. Ian S. Lustick, un profesor norteamericano buen conocedor de los problemas de la zona, publicó en el New York Times, en 2013, un artículo muy debatido en el mismo sentido.
Los argumentos varían según la perspectiva que se adopte, pero básicamente responden a unas cuantas ideas similares. Para empezar, las posiciones de israelíes y palestinos son irreconciliables en cuanto a la historia (lo que ahora se llama la “narrativa”): lo que para unos es un “Estado judío” que se basa en la presencia judía en lo que hoy es Israel desde hace milenios es para los palestinos una ocupación. Por otra parte, la experiencia de la franja de Gaza demuestra que un Estado palestino, de llegar a crearse, aumentaría la exposición de Israel. Cisjordania no puede quedar abandonada, como Gaza, al gobierno de Hamás, una banda terrorista cuyo primer punto programático es la destrucción de Israel mediante la yihad. La seguridad de Israel no puede garantizarse con un Estado independiente que controlaría el agua y tendría a tiro la ciudad de Tel Aviv y el aeropuerto Ben Gurión. (Ver las ilustraciones de la Iniciativa de Estabilidad, la publicación del Jerusalem Center for Public Affairs titulada Fronteras defendibles: una necesidad legítima de Israel y un buen artículo de Eli Cohen aquí mismo). Finalmente, se argumenta que será imposible desplazar a los 500.000 judíos asentados en el Área C de Cisjordania. Lo mejor, por tanto, es abandonar la utopía de los dos Estados y buscar una solución más realista que permita avanzar en la convivencia.
La propuesta de Bennett fue acogida en 2012 con curiosidad y polémica. Hoy ya no tiene el brillo de la novedad, aunque, para su promotor, el resultado de las negociaciones la ha cargado de razones. También entre los palestinos, desde una perspectiva y unos objetivos radicalmente distintos, hay quien piensa que va siendo hora de abandonar lo que se considera el sueño irrealizable (en algún caso, incluso perjudicial) de los dos Estados.
El Medio, 02-06-14