El nuevo Israel. Un ejemplo
En un excelente ensayo sobre el “viejo Israel” publicado en el último número de Foreign Affairs, dedicado a Israel, el redactor jefe del progresista Haaretz recuerda que su propio periódico publicó una encuesta según la cual una alianza imaginaria de partidos, también progresistas, ganaría al Likud de Benjamin Netanyahu. Con tanto voluntarismo, Netanyahu podrá seguir pensando, al menos hasta las próximas elecciones de 2019, que la izquierda israelí ha decidido refugiarse en el mundo de la fantasía.
El gesto, efectivamente, confirmaba su éxito político. A pesar de la complejidad política de Israel, que obliga a un ejercicio complejo de negociaciones y coaliciones después de cada elección, el Likud es el único en condiciones de gobernar el país y no parece dudoso que el propio Netanyahu vaya a seguir al frente del gobierno durante mucho tiempo.
Entre las figuras más relevantes de la coalición que forma el actual gobierno de Netanyahu se encuentran Miri Regev, ministra de Cultura (Likud), Naftali Bennet, ministro de Educación, del partido Habayit Hayehudi (La Casa Judía) y Ayelet Shaked, también de La Casa judía y ministra de Justicia. Cada uno de ellos rompe alguno (o varios) de los estereotipos que caracterizaban hasta hace poco tiempo la cultura política israelí.
Ayelet Shaked se dispone a apoyar una renovación conservadora del Tribunal Constitucional israelí y ha propuesto intensificar el control de las organizaciones y los representantes políticos: si tiene éxito, habrá menos margen para el debate sobre la nación israelí, el racismo y el terrorismo. Naftali Bennet, empresario de éxito en nuevas tecnologías, es también un defensor firme de la política de asentamientos. Miri Regev, la ministra de Cultura, antigua portavoz de las IDF, quiere reforzar el patriotismo desde su ministerio y entre otras muchas declaraciones polémicas, dijo una vez que ni ha leído a Chejov ni le gusta la música clásica.
Aunque ninguno de estos tres líderes pertenece al círculo más próximo a Netanyahu, los tres son herederos y continuadores de su gran estrategia para Israel, que va mucho más allá de la consolidación del gobierno del centro derecha. Desde el inicio de su carrera, Netanyahu ha querido cambiar el eje central del poder en Israel y cambiar –también- su país. El sueño del país socialista, con una evolución obligada (por ley de la Historia) hacia la secularización, con los centros intelectuales y los árbitros del gusto asentados en la élite asquenazí (en prejuicio de los sefarditas, mizrajíes en Israel), y un proyecto de convivencia de dos Estados, el uno árabe palestino y el otro israelí, se ha derrumbado.
Trazar las líneas del cambio sería escribir una historia del Israel moderno y empezar a entender la naturaleza del Israel que ha ido surgiendo, en buena parte bajo el liderazgo de Netanyahu. Así que, para simplificar, se podría resumir el nuevo rostro de la sociedad israelí en varios epígrafes.
Uno es la nueva economía: abandonada la utopía socialista hace ya mucho tiempo, Israel se ha reconvertido en una de las sociedades más avanzadas y creativas del mundo, apoyada en un tejido empresarial dinámico, en unas universidades y centros de investigación de vanguardia y unas Fuerzas Armadas que se enfrentan al desafío de la supervivencia del país. Bennett (y Nir Barkat, alcalde de Jerusalén) son buenos representantes de este cambio.
En cuanto a la seguridad interna, el motivo de los dos Estados está perdiendo credibilidad: después de Gaza (donde ocurrió lo que Netanyahu había previsto, y es que una banda terrorista se hizo con el control del territorio) y después de la “primavera árabe”, con el caos y las matanzas generalizadas en todo Oriente Medio, no queda espacio para las ilusiones. (…)
Seguir leyendo en El Medio, 27-07-16