Bienvenida a los refugiados

En la fachada del Ayuntamiento de Madrid apareció el otro día una pancarta dando la bienvenida (en inglés) a los refugiados. La performance indica que los activistas de extrema izquierda que gobiernan la ciudad pensaban sacar rédito político a la nueva crisis. Como la Unión ha superado el bache griego, resurgía la esperanza de ponerla en jaque, de la mano esta vez del flujo incontrolable de personas que iban a desbordar todas las previsiones de las instituciones y provocar el colapso del principio de libre circulación. Pues bien, no está ocurriendo así, y la Unión y los gobiernos nacionales -gracias, en buena parte, a las autoridades alemanas- están sabiendo responder al desafío.

 

Se puede decir, claro está, que “Europa” debería intervenir más allá de sus fronteras. Es de suponer que cuando se habla de “intervención” nadie se está refiriendo a una intervención militar en Siria. No sólo requeriría una movilización bélica de altísimo coste, sino también una larga ocupación de la zona (entre otras cosas, para sacar del poder a Bashar al-Asad, que ha matado a mucha más gente que la que lleva asesinada el ISIS: el catálogo de monstruosidades perpetradas en Oriente Medio no invita precisamente a las “intervenciones” directas). Intervención debe de ser, por tanto, ayuda a los gobiernos estables, solidaridad con los países de la zona receptores de refugiados y establecimiento de filtros en origen. También querrá decir mayor inversión en el control de fronteras exteriores, es decir un aumento del presupuesto militar.

A la espera de que se pongan en marcha estas medidas, aplazadas hasta la irrupción de los refugiados en la Unión, ya se están negociando y decidiendo los medios de control y de integración de los recién llegados. La Unión tiene medios de sobra para salir airosa de este trance. Cuenta además con la solidaridad activa de los ciudadanos, las empresas y las asociaciones europeas. Aquí, como en el caso de la “intervención”, conviene tener en cuenta la seriedad de un asunto que puede llegar a afectar a la propia identidad cultural europea, siendo esta la base de la tolerancia, la libertad y la cooperación propias de la Unión. En otras palabras, para conseguir que las medidas pactadas vayan resolviendo los problemas y neutralicen las pulsiones antieuropeístas de cualquier signo (en nuestro país, de extrema izquierda), es necesario tomar en serio el significado del proyecto europeo, sin frivolidades, ni emociones manipuladas ni señoritismos postmodernos.

La Razón, 11-09-15