Candidato popular
La pobre cifra de participantes en las primarias del PP no es tan grave como parece. Nunca antes los populares se habían sometido a un ejercicio como este. Más serio es lo que indica acerca del propio partido, que parece haber cambiado de naturaleza. De un partido popular, de los que son capaces de articular una sociedad entera por el número, la variedad y la distribución geográfica de los afiliados, se habría convertido en un partido de notables, gente interesada sobre todo por alcanzar el poder. Un partido de elites, por tanto, en este caso elites funcionariales que, teniendo un papel fundamental en el PP, como en la tradición moderada y centrista española, no lo eran todo.
La candidatura de Pablo Casado rompe esta evolución. Casado no pertenece a ese grupo y permite en cambio que una parte esencial del PP vuelva a sentirse representada: personas mayores, que saben lo que el Partido Popular fue y quiso ser, y jóvenes para los que el cierre elitista del partido, más perceptible ahora que Rajoy no está, repelía cualquier acercamiento.
Está también lo de las ideas, que tanto se echa en falta en el PP en la actualidad. Es así, sin duda, pero más fundamental aún es dar vida al hecho de que el Partido Popular representa una España real, alejada de la quimérica nación de naciones del PSOE, tan visible en los apoyos de Sánchez, pero también de esa España ideal y sin mancha que encarna Ciudadanos. La juventud de Casado, acompañada de su no corta experiencia política, le ayudan a perfilar eso que debería estar en la base de cualquier oferta electoral de los populares: la España de los españoles, sean jubilados, profesores, albañiles, empresarios, taxistas, profesionales, amas de casa o estudiantes, y de cualquier zona, también Cataluña, el País Vasco y los venidos de fuera.
En la crisis de representación que sufre la democracia liberal, un planteamiento como este reforzaría lo que en el PP hay de popular, y por tanto de urdimbre de una comunidad política concreta, viva, con ganas de seguir adelante juntos.
La Razón, 29-06-18