Carlos Semprún Maura. El rebelde perpetuo

Carlos Semprún Maura quedará para siempre como una de las figuras españolas más originales, y más elegantes, de la Europa de la segunda mitad del siglo XX. De hecho, una de sus genialidades es haberse escapado del siglo XX, que padeció en primera persona desde muy joven. Primero sufrió el exilio junto con toda su familia, la del ministro republicano y católico José María Semprún. Luego pasó a militar en el Partido Comunista. El desencanto llegó en 1957, después de la invasión soviética de Hungría. La ruptura del comunismo le llevaría a nuevas posiciones que él mismo ha contado en Por qué dejé de ser de izquierdas.

 

Sorprende la atracción que una ideología tan rígida como el comunismo pudo ejercer sobre alguien tan independiente como él. A partir de ahí, buena parte de su obra sería una revisión de lo ocurrido y de lo hecho en esos años, una lección perpetua, inagotable, acerca del poder de la mentira. Algunos de sus mejores libros son precisamente memorias entre personales y políticas, como El exilio fue una fiesta (1998) y A orillas del Sena un español… (2006). Aquí pulverizó aquel pasado sórdido para extraer esa nueva vida de la que él era ejemplo. Entre sus blancos predilectos estuvo su propio hermano Jorge. Entretanto hubo muchas otras actividades.

Carlos Semprún era un hombre de radio y de teatro, y algunas de sus mejores obras fueron creadas para la escena o para los micrófonos. Cuando se vino a España, en los años setenta, escribió en Diario 16, fundó una revista, Nada, y siguió publicando libros incendiarios, de un anarquismo absoluto, como Ni Dios ni amo ni CNT, o el ensayo, que siempre quiso volver a publicar, sobre Sartre.

El feroz antitotalitarismo se conjugaba en Carlos con un ejercicio sistemático de la independencia personal. Hombre de mundo, brillante, sarcástico, seductor nato y conocedor del arte ya casi perdido de cómo tratar a las mujeres, Carlos Semprún disfrutaba con la provocación y estaba dispuesto a pagar sin pestañear el precio de la libertad que se ganaba todos los días. Se volvió a París y nunca se quejó de su posición un poco marginal en la escena pública española, tan timorata y amedrentada a pesar de las apariencias.

Hace ya bastantes años se puso a escribir en español, y consiguió una prosa de apariencia desmadejada, pero capaz de la misma finura con la que él mismo desmontaba las mentiras de buena parte de su generación, que es tanto como decir buena parte de la mentira del siglo XX. Colaboró en LA RAZÓN y sus columnas aquí y en Libertad Digital (“Crónicas cosmopolitas” y “Carta desde París”) se convertirán, como los libros de memorias, en clásicos de la literatura y el periodismo español. La vuelta al español fue como un descubrimiento de las ideas liberales, más cultivadas aquí que en Francia. Aunque quizás Carlos Semprún Maura, a fuerza de anarquismo, estuvo más cerca todavía de convertirse en un conservador. Nunca quiso cambiar de nacionalidad y siempre presumió de ser español.

La Razón, 25-03-09