Casado. No hay marcha atrás
La presencia de Nicolas Sarkozy en la convención del Partido Popular fue recibida la semana pasada con ese escándalo sobreactuado y un poco histérico que caracteriza a quienes saben que sus lecciones de moral política no son creíbles. A quien firma esto le pareció un gran detalle: siempre es bueno, en particular para un partido tan proclive al oficialismo y al tono funcionarial como es el PP, integrar a un outsider como el ex presidente francés, castigado por las elites de su país por esa misma condición. De hecho, me gustaría pensar que ese es el significado que se le quiso dar.
Sería un matiz apreciable en un experimento de comunicación arriesgado, por su duración y por la variedad de los elementos puestos en escena, pero que al final ha culminado más que honorablemente en una plaza tan simbólica como la de Valencia. Simbólica de por sí, pero también por la estrategia nacional en la que va inscrita. Después de haber recuperado y consolidado Madrid, Valencia es la primera Comunidad que el PP habrá de recobrar para volver al gobierno de la nación. Sus dirigentes lo saben mejor que nadie.
El éxito valenciano sugiere que quedan atrás los varios arranques en falso que ha dado Pablo Casado desde su llegada a la Presidencia de su partido. Se sabía que no iba a ser fácil, pero no estaba claro que iba a resultar tan complicado. El nuevo impulso recibido en la jornada del domingo no tiene ya marcha atrás. Ahora queda concretar las respuestas programáticas que han quedado esbozadas: bajada de impuestos, abolición de las leyes ideológicas de Rodríguez Zapatero y Sánchez (y sustitución por otras que tengan en cuenta las realidades surgidas en este tiempo), rectificación y reajuste las decisiones que en materia autonómica ha tomado el gobierno social comunista. Ni giro al centro ni a la derecha, por tanto, sino más bien la afirmación de un territorio nuevo, y propio, en el que la absorción del electorado de Ciudadanos se hace mediante propuestas de las que en su momento sirvieron de bandera al partido de Rivera, y esas propuestas, a su vez, pueden colocar al PP en una posición capaz de contrarrestar a VOX, en particular en las cuestiones antinacionalistas y en las culturales e ideológicas.
Si el PP no se achanta ante las acusaciones –tan impostadas como la indignación por la presencia de Sarkozy– de giro a la derecha, estará en vías de articular esa gran política. Las dificultades son grandes. Una viene de la estructura misma del PP, que complica esos reajustes de competencias autonómicas. El reforzado liderazgo de Casado se pondrá a prueba de inmediato, y desde dentro. Y la credibilidad del proyecto dependerá de la capacidad del equipo dirigente para establecer y pactar líneas de acción que permitan visualizar la dimensión nacional del proyecto del Partido Popular. Es un reto nuevo, que habrá de tener en cuenta lo que el «procés» ha revelado acerca de los fallos del Estado autonómico.
La otra gran dificultad procede de un Partido Socialista embarcado en la aventura de consolidar una mayoría con comunistas, nacionalistas, secesionistas y filoetarras. El PP se ve obligado a demostrar su carácter dialogante de partido de gobierno sabiendo que no hay diálogo posible con este adversario. Es una posición paradójica, difícil y sin parangón en el resto de los países europeos. El PP tiene consistencia, implantación e historia de sobra para plasmarla. A su favor está la irritación y el hartazgo que Sánchez y sus amigos despiertan en la sociedad española. Y que se notan en el nerviosismo con el que el gobierno viene acogiendo la consolidación de la oposición.
La Razón, 04-10-21