Chapuzas sí o sí
La ya famosa ley del Sí es Sí ha resultado una formidable chapuza que permite a los delincuentes rebajar sus penas, bloquea cualquier debate serio y racional sobre estas últimas y ha revelado, para quien no se haya querido enterarse hasta ahora, la disfuncionalidad del gobierno de coalición presidido por Sánchez. Y sin embargo, a pesar de las dimensiones de la chapuza, la ley del Sí es Sí es algo más que todo eso. Parte de algo que no hay más remedio que llamar una mentira consciente, como es el a priori de confianza absoluta depositado en una de las partes, en este caso el testimonio femenino. Y pretende además reinventar la conducta humana según criterios ideológicos y partidistas, en aspectos en los que ni la ideología ni los partidos políticos tienen nada que decir. Se trata por tanto de una falacia intencionadamente construida como tal por motivos políticos. Eso es lo que convendría aclarar, y denunciar, más allá de la incapacidad de un ministro o del conjunto del Consejo de ministros, incluido su presidente.
Si en todo este asunto no hubiera más que un error, el arreglo resultaría muy sencillo: la dimisión del ministro, o los ministros afectados, que son varios dicho sea de paso, entre ellos la de Justicia, lo que permitiría equilibrar la balanza partidista para los descontentos. Como no se trata de eso, Sánchez tiene el mejor de los pretextos para seguir en sus trece. Como ya sabemos, Sánchez es de esos políticos que no retrocede nunca. Enmendar, corregir, revisar… todo eso le parece a él un signo de debilidad en el que no está dispuesto a incurrir. Sobre todo cuando lo que está en juego es, más allá de la supervivencia de la coalición, la naturaleza misma del proyecto que asumió como propio al presentar la moción de censura en 2018. Ni siquiera el goteo previsible de casos de reducción de penas le va a hacer cambiar de opinión, al menos no por el momento. Mantiene firme su posición y, de paso, intenta hacer perder los nervios a los adversarios, a los que les resulta difícil encontrar el tono justo, entre la denuncia acalorada y la aparente tibieza.
La Razón, 21-11-22