Colau. Centrismo a la catalana

En Madrid, el experimento de Manuela Carmena al frente de los muchachos de Podemos y apoyada por el PSOE no está dando buen resultado. Carmena es un personaje demasiado pintoresco y vanidoso como para cuajar como alcaldesa de Madrid. Podemos, por su parte, parece un grupo de alucinados, ajenos a la modernidad y a la vocación global, así como a las tradiciones propias de la vida madrileña. La propia ciudad de Madrid tiene una densidad institucional, empresarial y social que a un personaje como Carmena, y a los podemitas, les viene ancha.

 

No ocurre lo mismo con Barcelona y Ada Colau. Barcelona es desde siempre la ciudad de los prodigios y cualquier sombra de inestabilidad en la política española se multiplica allí hasta lo inverosímil, un punto de ebullición desconectado de cualquier realidad europea o global. El error independentista y la opción izquierdista de los socialistas han llevado al desgaste y al aislamiento de las antiguas elites catalanas, enclaustradas en su sueño de pureza cultural y lingüística. Así se ha abierto el camino a una nueva generación que se mueve entre el ultraizquierdismo y el republicanismo secesionista. Y la deriva del “procès”, convertido en un leitmotiv cansino y repetitivo, que ha bloqueado la nacionalización de Cataluña sin llevar a la independencia, abre la puerta a nuevos experimentos.

Es la hora de Ada Colau, que a diferencia de su colega madrileña, es una mujer ambiciosa, con todo el futuro por delante y dueña de su destino político al tener su propia plataforma política en los llamados “comunes”, que ella misma forjó en sus años de activista. Colau partía de una posición minoritaria en el consistorio, pero supo convertirse en el elemento imprescindible y su gestión municipal, a pesar de levantar grandes polémicas, también se ha sabido ganar el apoyo de una parte importante de la opinión barcelonesa, que se identifica con la movida un poco alucinada para convertirse en el referente y la meca del alternativismo occidental, como en un remake de una película de propaganda estalinista de los años treinta pasada por la antiglobalización  y el sesentayochismo militante.

Faltaba una propuesta original. Pues bien, en la crisis del independentismo, Colau ha sabido encontrar una fórmula política de apariencia nueva. Se aleja al mismo tiempo de la reivindicación ya agotado de la desconexión y de las insostenibles ambigüedades del socialismo catalán. Se trata de retomar el leitmotiv, propio de los podemitas, del “derecho a decidir” aderezado con la idea de una “República catalana”, confederada con España, que es la forma de hablar de un Estado libre asociado.

Colau da por finiquitado el pacto –es decir la Constitución- del 78. Propone un movimiento, un nuevo “proceso” que permita no ya nacionalizar Cataluña, sino construir un sujeto político al mismo tiempo nuevo –el pueblo catalán- y tradicional, acorde con la naturaleza “plurinacional” de España. En realidad, volvemos a la casi venerable tradición confederal, o federal en términos españoles, que consiste en afirmar que España sólo alcanzará su auténtica naturaleza cuando, desechada la aspiración (artificial) a ser una nación, la descompongamos en las naciones, estas sí auténticas, que la constituyan y la volvamos a construir como quien encaja un puzzle o un lego. Es un proyecto delirante, fracasado en la historia de nuestro país, sin encaje posible en la legalidad de la España democrática y que choca frontalmente con el proyecto de la Unión Europa y con la globalización. Si se le añade la querencia neocomunista, con ribetes anarcoides, el panorama es asombroso. Ahora bien, es lo que pasa por moderno y casi centrista en Cataluña.

La Razón, 12-09-16