De la indignación al feudalismo
Las ya inmortales declaraciones del ministro de Consumo comunista delatan, en primer lugar, la dependencia del PSOE con sus amigos de la ultraizquierda. Es obvio que un ministro no puede denigrar en un medio extranjero los productos que exporta su país. Que no haya habido ni cese ni dimisión, ni siquiera asomo de una leve corrección por parte de Sánchez, aclara la posición política de este. Es lo que hay. Para seguir en la Moncloa el PSOE necesita -y lo seguirá haciendo en las próximas elecciones- de esos socios. Lo mismo se puede decir de los etarras, tras un fin de semana en el que medio gobierno de Sánchez ha participado en los homenajes a los terroristas, con el visto bueno, evidentemente, de su presidente.
Por otro lado, nadie sabe muy bien qué son las “macrogranjas” a las que se refiere el ministro. No hay una definición clara y no sabemos el número de animales necesarios para calificar de “macrogranja” a una explotación ganadera. “Muchos” no es un criterio suficiente, pero sí bastante para el ministro. En realidad, nadie, ni entre los partidos políticos ni entre los propios ganaderos, parece partidario del tipo de explotaciones a las que parece referirse. De lo que se deduce que, disparando sin ajustar el tiro, el objetivo de las declaraciones era exclusivamente propagandístico, o ideológico o las dos cosas a la vez.
No se trata por tanto de fijar el marco de una política agrícola o ganadera (o de consumo) inteligente, ni de negociar sus términos concretos con los productores. Se trata de colocar un señuelo para atraer a un cierto votante. Es posible (aunque no seguro, ni mucho menos) que el ministro se imaginara que estaba expresando la indignación de los pequeños ganaderos, sometidos a la competencia implacable de la ganadería industrial. Pero como, evidentemente, no sabía de lo que estaba hablando, esos mismos ganaderos han entendido que las declaraciones van dirigidas a captar a un votante desconocedor, como el propio ministro, de los problemas del campo y de la economía productiva.
En términos paródicos, popularizados por la pandemia, los votantes del PSOE garzonizado -el de Sánchez- serán los hípsters preocupados por el medioambiente, o por una España vacía, que atisban desde el balcón de la casa rural a la que acuden a divertirse algún fin de semana. En el fondo, se trata de algo más serio: de una minoría que imparte, desde todos los púlpitos posibles, lecciones de moral ajustadas a sus caprichos: emisiones cero mientras se acumulan los coches oficiales, los aviones privados -y los correspondientes Falcon- en las cumbres climáticas y en los viajes de los poderosos; productos alimenticios cada vez más selectos y más caros; formas de vida ultraminoritarias convertidas en el modelo que todos debemos acatar. Así es como las clases medias y populares, sobre todo los jóvenes, cada vez más depauperados y precarizados, aplaudirán los sacrificios que se les imponen. Habrá quien diga que no resulta creíble que un personaje como el ministro de Consumo comunista represente a los poderosos de ese nuevo mundo. En realidad, es posible que su presencia diga bien hasta dónde llega el desprecio de quienes de verdad mandan. Con la Santa Indignación llegó el nuevo feudalismo.
La Razón, 11-01-22