Democracia iliberal
De entre las pocas ventajas que le quedan a Pablo Iglesias, constatado el derrumbe de las perspectivas electorales y consumado su descrédito como líder regeneracionista, está el look. Por eso cada vez le presta más atención y cada día exhibe una imagen más rebuscada y barroca. Convertir la escena política en una pasarela no es un acto cualquiera. El gran líder se expresa como individuo libre, por encima de las convenciones a las que están sujetos los simples mortales. También invita a estos a sublevarse, como él mismo, y a ejercer su libertad, aunque sea estética. En un mundo que la pandemia no ha rescatado (al menos no todavía) de la postmodernidad, el look vale tanto como la afirmación primordial de esta: el derecho soberano y sin límites de un individuo sin deberes.
En contra de lo que se pudo pensar en algún momento, esta actitud casa bien con la de Pedro Sánchez, más allá de su oportunismo. Sánchez es y será siempre el presidente del “No es No”, es decir de la negativa a cualquier diálogo con un adversario político al que hay que demonizar a toda costa. Con él culmina, después del paréntesis de Rajoy de cuyos réditos vive, el ideal de Rodríguez Zapatero en cuanto a la transformación de la sociedad y la identidad española. Aquí el punto de referencia no es la puesta en escena de una imagen, sino la del desprecio hacia quienes no participan de sus aspiraciones.
Se entiende así toda una política, que es la que aplica el gobierno social peronista desde las elecciones. En particular la que consiste en entender como oportunidad la tragedia del covid-19, con decenas de miles de fallecimientos, la ruina de centenares de miles de familias y empresas, y el cierre del horizonte para dos generaciones. Oportunidad para el cambio al que se aspira y para ejercer la vocación justicialista, se podría escribir, de tanto como se parece esto al populismo latinoamericano que pretende importar.
En la misma línea está otra de las características de la política gubernamental, como es un uso específico de la democracia, destinada a neutralizar contrapoderes y entidades de equilibrio, ya sean medios de comunicación, la Corona (a la que no se le reconoce ninguna función política, tampoco en el sentido más profundo y fundador de la institución) y, sobre todo en los últimos días, el derecho y los jueces. La democracia que se perfila es una democracia iliberal como la que preconiza e intenta poner en práctica Viktor Orbán en Hungría o como el experimento de Erdogan en Turquía, tan criticados por el progresismo de la UE. La teoría la llevan desgranando los podemitas desde hace años. La letra la escribe ahora Sánchez, con la paradoja añadida de saberse impotente para articular una mayoría social consistente, más allá de una coalición de minorías. De la conciencia de esta fragilidad procede la virulencia del ataque. No estamos todavía en la democracia iliberal. Nos encontramos en fase de ofensiva antiliberal. Si quiere tener éxito, habrá de ser fulminante.
La Razón, 15-10-20