Dinamarca y la felicidad
La cuestión de la felicidad se ha ido consolidando en los últimos tiempos como “trending topic” de la actualidad político mediática. Era algo inconcebible hace poco tiempo. Nadie se habría tomado en serio la idea de que la felicidad, algo siempre personal, ajeno a lo público, fuera una cuestión política. Como mucho, lo eran las condiciones de la posible felicidad, tal y como insinúa la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. De ahí a que los Estados tuvieran algo que decir en cuanto a la dicha o la desdicha de sus nacionales, mediaba un abismo… que estamos a punto de dejar atrás. Un poco más, y delegaremos en el Estado, es decir en los políticos, nuestra felicidad. Pronto serán los Rajoy, los Sánchez, los Iglesias y los Rivera –por no decir los Bárcenas, los Griñán y los Pujol- los encargados de hacernos felices…
La paradoja es aún mayor cuando se intenta comprender cuál es el contenido de la palabra felicidad y para hacerlo recurrimos a las listas de países felices. Inevitablemente, los primeros puestos los ocupan los países nórdicos europeos. Incluso Islandia suele aparecer entre las sociedades más felices de la tierra. Dinamarca, en particular, es fija en estas listas que se obtienen preguntando a la gente si se siente feliz. Los daneses contestan masivamente que sí aunque luego, cuando se les pregunta si la cosa va en serio, suelen mostrarse más escépticos. Un buen conocedor del país, el periodista Michael Booth, ha intentado hallar respuesta a este misterio según el cual un danés se considera más feliz que un español, por ejemplo, cuando la vida es más entretenida, también más humana, en Madrid, en Barcelona –no digamos ya en Málaga, en las Canarias, o en Ibiza- que en Copenhague.
Las respuestas que sus conocidos han ido dando al amigo Booth están relacionadas con las bajas expectativas de los daneses, con su excelente educación, que los lleva a no mostrar nunca el menor malestar, y, muy notablemente, con el hecho de que los daneses siguen sin considerar la felicidad como un derecho inalienable. Puestos a intentar parecernos al modelo nórdico, no sería esta la peor manera de empezar. En su tiempo, Jordi Pujol anunció que se proponía hacer de Cataluña una socialdemocracia a la nórdica. Fue entonces cuando Pla observó que en Cataluña había pocos suecos. Lo que había, como hemos ido descubriendo luego, es otra cosa. Ojo con la felicidad y con las utopías danesas.
La Razón, 07-03-15