El lerrouxismo y sus herederos
La magnífica-biografía de Lerroux escrita por Roberto Villa y la situación de bloqueo político en la que estamos, y en la que nos vamos a ver por tiempo indefinido, también tras unas nuevas elecciones, devuelven al primer plano de la especulación periodística el asunto del populismo. No del populismo de izquierdas, que ha fracasado, sino de otro de signo distinto, menos ideológico y especulativo, entroncado con la gran tradición.
En nuestro país, esta realidad se encarnó en Alejandro Lerroux. Vuelve siempre que se habla de populismo, por mucho que la etapa propiamente populista del republicano se cerró en 1909, cuando la Semana Trágica en Barcelona. Desde entonces, Lerroux se fue convirtiendo en uno de los grandes defensores del sistema constitucional. En la Segunda República encarnó, como bien ha demostrado Villa, de las pocas opciones republicanas liberales de aquellos años, muy lejos del exclusivismo intransigente de los Azaña y compañía.
Por eso mismo, porque se alejó de las posiciones de la izquierda, en torno a Lerroux se forjó una leyenda de demagogo que sigue viva. Vuelve ahora en busca de un personaje en el que reencarnarse, probablemente para desacreditarlo como entonces se desacreditó a una de las pocas salidas que tenía la República.
Ahora bien, tomando como referencia el Lerroux real, no la leyenda negra, vale la pena ver quién puede encarnar hoy una posición como aquella. El candidato más evidente es Santiago Abascal, pronto descartado –entre otras razones- por su profundo apego al liberalismo económico. Queda Albert Rivera. Como Lerroux, Rivera viene de Cataluña y de una profunda convicción antinacionalista. También se ha desplazado desde una posición de izquierda –en cuanto a la ideología de su partido- hasta otra que no es fácil llamar de derechas y que responde más bien –otra vez como Lerroux- a una actitud propia.
Lejos ya de la vocación “bisagrista”, Rivera parece decidido a construir una propuesta en la que la palabra España siga siendo la clave, pero sirviendo de base a un programa bastante “transversal”, sin demasiados doctrinarismos ideológicos. Le perjudica un exceso de progresismo, que le otorga un perfume un poco elitista, y también ese lado de “chico bien educado” que se empeñan en mantener nuestros jóvenes políticos ajenos a la izquierda. Habrá que hacerse adultos, es decir un poco populistas, un día de estos.
La Razón, 09-08-19