El vodevil de Barajas

 

La escena transcurrida en el aeropuerto de Barjas la noche del 19 al 20 de enero, y protagonizada por la vicepresidente de Venezuela Delcy Rodríguez y el ministro José Luis Ávalos bien valdría una película que recreara en detalle lo allí ocurrido. Los personajes son magníficos. Por una parte, una de las más apasionadas y fieles de Maduro, el sátrapa venezolano, seguramente bien relacionada con Podemos, y por otro el ministro español de Transporte (antaño Fomento), firme puntal de su presidente Sánchez, pero socialista algo más clásico y menos postmoderno que su jefe. Receloso también de los muchachos podemitas y su influencia.

De la maraña de versiones más o menos oficiales que se han ido sucediendo, deducimos que la vicepresidenta de Maduro tenía la intención o el capricho de salir o pasearse por Barajas y que Ávalos se encargó de impedírselo. El argumento era contundente. En caso de salir del recinto internacional del aeropuerto, la señora vicepresidente tendría que ser detenida y deportada en cumplimiento del veto de la Unión Europea que pesa contra ella, considerada como está una delincuente internacional.

La película, o la obra de teatro, tendría que poner en claro algo aún más confuso que las explicaciones sobre el asunto, como son las relaciones intragubernamentales entre el PSOE y Podemos. Lo que sí que parece haber quedado en evidencia es que la posición previa del Gobierno español, que asumía como propia la línea de rechazo a Maduro expresada por más de cincuenta países, en particular los de la UE y la propia UE, ha quedado derogada. Tal vez Delcy Rodríguez quiso poner a prueba a sus amigos los podemitas, de cuyas fuentes de financiación tendrá excelente información. No se habrán cumplido todos sus deseos, pero al menos habrá podido comprobar las simpatías que el gobierno de Sánchez, o bien por influencia de Podemos o bien de motu propio, siente hacia el régimen de su jefe. La incomodidad de Ávalos al responder a los periodistas sobre los hechos está sin duda relacionada con el papel que se le hizo jugar ante Delcy Rodríguez esa fatídica noche. Podemos parece haber tenido suficiente fuerza como para hacer variar la posición anterior de España ante Venezuela y conseguir que el cambio lo escenifique, o lo protagonice, un socialista clásico, de los de toda la vida, convertido en mensajero más o menos oficioso. No es pequeña cosa.

De rechazo, se han puesto de relieve las diferencias existentes en el propio socialismo. Así es como hemos podido ver a Rodríguez Zapatero reivindicarse (él y sus 38 visitas a Venezuela) en su papel de patrocinador de unas negociaciones como las ya fracasadas el pasado verano, con Noruega como país mediador. En la otra punta, otro socialista, ni más ni menos que Felipe González, dejaba bien clara su posición: el Gobierno español debe proseguir con su apoyo a la oposición venezolana y más concretamente a Juan Guaidó, el presidente legítimo del país. Otra línea de ruptura revelada por el vodevil de Barjas, con un Guaidó que llegaba a Madrid esa misma semana.

De fondo, nos encontramos en pleno giro en la política internacional de España, coherente con el ideario progresista del gobierno socio-podemita. De mantener y liderar la posición de la UE, de Estados Unidos y del Grupo de Lima estamos pasando a ponernos al servicio del programa populista propio del podemismo y los países del ALBA. Tal vez sea ese el destino de España: encabezar la revolución bolivariana en el Viejo Continente… El primer gesto de la nueva política, tras impedir que Delcy Rodríguez arruinara antes de tiempo el tinglado de la nueva narrativa, es la negativa de Sánchez a recibir a Guaidó. Así queda compensado el desaire a la vicepresidente de Maduro. De buenas a primeras, Sánchez ha abandonado el protagonismo de la corriente prodemocrática y liberal a Trump, a Macron y a Johnson. Un éxito de Podemos, un éxito de Rodriguez Zapatero y sus 38 visitas, y sobre todo un éxito de Maduro, que ve cómo España se abre al diálogo –llegó al palabra tabú- con dictadores como él, que ha saboteado cualquier iniciativa de negociación con la oposición. En la nueva política española, sólo se dialoga con quienes no quieren ni han querido dialogar jamás.

En la ajetreada madrugada madrileña de Barajas, Delcy Rodríguez tuvo que aceptar lo que Ávalos le proponía. También quedó bien claro quién ha empezado a mandar en nuestro país. Por un momento, el ministro ha tenido la ocasión de comprender el papel que le espera en los próximos años ante independentistas, nacionalistas y filoetarras, además de podemitas. Es él que lo ha querido. ¿O acaso se figuraba que no le iban a tomar en serio?

La Razón, 26-01-20