Estrategas a la violeta
El caso es que alguien más culto y con más conocimiento de la Unión puso sobre aviso al Gobierno polaco de que Sánchez, el progresista perfecto, aspiraba a hacer algo parecido a lo que los europeos le habían reprochado a los polacos. A partir de ese momento se desencadenó la tormenta que ha dejado grabada en la frente de Sánchez una expresión infame: Democracia Iliberal. Las amistades peronistas y bolivarianas, además de la ignorante arrogancia, tienen estas consecuencias. Sánchez se encuentra ahora en el punto en el que se encontraba Rodríguez Zapatero en los meses previos al infausto 12 de mayo de 2010, cuando la UE, entre otros, le obligó a cortar y variar de política. No porque le vaya a ocurrir nada parecido, sino porque ha quedado dañada su reputación, eso a lo que los estrategas de imagen como Redondo conceden tanta importancia.
El proyecto de importar el populismo latinoamericano a Europa y transformar el régimen político de un gran país de la UE poniendo en riesgo su estabilidad, y a medio plazo la estabilidad de la propia Unión es algo peligroso. No puede hacerse sin someter a todo el tejido institucional europeo a una tensión cada vez mayor, como aquella a la que el Gobierno social peronista está sometiendo a nuestro país. Nadie está dispuesto a correr ese riesgo en una situación tan grave, y tan trágica, como la actual, y en un momento en el que todo pende de un hilo y las instituciones deben ser respetadas como nunca. Nadie, claro está, salvo los progresistas españoles y sus aliados los nacionalistas separatistas y filoterroristas. Es la opción que escogió Sánchez en 2018, y con ella ha querido gobernar.
Para eso no necesita a ningún partido de la oposición, si no es para provocarlos, a ver si se les ocurre contestar y así echarles en cara la famosa crispación. No hay por tanto demasiadas razones para ayudarles a salir del agujero en el que ellos mismos se han metido. Lo que se necesita, más bien, es una actitud clara y comprensible para una opinión pública exasperada y que desconfía profundamente de los políticos. En la atmósfera tóxica de la política norteamericana, la candidata nominada por el Presidente para el Tribunal Supremo ha hablado ante el Senado, sin rebajar ni disimular lo más mínimo sus convicciones, de aquello que cree que debería ser su labor de juez. Ha bastado esa actitud –respaldada, como es natural, por la excelencia profesional- para que la popularidad de la candidata mejorara. El hecho no va a introducir la menor variación en la actual campaña electoral norteamericana. Demuestra sin embargo la importancia de la honradez y la claridad. La opinión pública anda buscando actitudes en las que confiar y personas que les digan la verdad. No se puede dejar sin responder esa demanda.
La Razón, 18-10-20