Fiesta nacional
El Gobierno de Sánchez, con la ayuda de la ministra de Trabajo y Vicepresidente tercera, ha acabado destruyendo a Podemos. No es que Podemos haya plantado una resistencia demasiado contundente. De hecho, se ha dejado enredar con más facilidad de lo previsible, después de una entrada apoteósica en la política española, en los pesadísimos años de la indignación regeneracionista. El triunfo de Sánchez, sin embargo, no va sin peaje. Según los muy viejos cánones que rigen las relaciones entre partidos políticos, todo parece indicar que la demolición, en buena parte, también ha sido asimilación. La podemización del PSOE no era difícil de prever. El PSOE ha sido siempre, incluso en su etapa más aparentemente socialdemócrata, una organización muy peculiar, ajena a los patrones europeos, con pulsiones irremediables hacia el radicalismo, una desconfianza de fondo ante la idea nacional y la aversión al pacto con cualquier oposición.
La podemización aparece, entre otras muchas cosas, en la estrategia de politizar todo el ámbito público y también el privado, y en la táctica histérica de poner el militantismo ideológico cultural al servicio de un interés descarnadamente partidista que pasa siempre por lo mismo: llevar a quien discrepa a un callejón sin salida en el que cualquier toma de partido resulta perjudicial. Todo vale para esto, desde la siniestra puesta en escena, sospechosamente wagneriana, del desenterramiento de Franco hasta los cánticos de los y las estudiantes en sus horas libres, pasando por los navajitas convertidas en arma de destrucción masiva o las mixtificaciones de un pobre chico en apuros sentimentales.
La actitud, por sí misma de una violencia más que simbólica, ha acabado por suscitar la reacción previsible. Viene fraguándose desde hace años y habiéndose manifestado tras el concierto de la jornada festiva de VOX, ha alcanzado una dimensión distinta con ocasión de la celebración de la Fiesta Nacional. Ya no son necesarias las provocaciones habituales. Ahora, para muchos españoles, basta con proclamar la nacionalidad española, de cualquier forma que a cualquiera se le pueda ocurrir, para dar a conocer que se está escenificando una posición en contra del proyecto sanchista, o social-podemita en sentido estricto.
Hasta hace poco tiempo, el problema nacional no suscitaba grandes pasiones electorales. Sánchez parece haber contado con esta realidad para culminar el trabajo, iniciado por Rodríguez Zapatero, de creación de la nación de naciones. Quizás ha llegado demasiado lejos y demasiado deprisa -por ejemplo, en los pactos con los filoetarras y los indultos a los golpistas del 1-O-, o quizá la podemización del PSOE resulta demasiado provocadora… El hecho es que da la impresión de que esta cuestión se ha convertido ya en uno de los puntos clave en el año electoral que viene. Esta nueva realidad desvela una demanda a la que los partidos de oposición habrán de responder con algo de claridad. En más de un sentido, las próximas elecciones generales empiezan a configurarse como la expresión de la voluntad general acerca de los modelos de nación de los partidos políticos y de cuáles son los pasos que proponen para ponerlos en marcha. Del PSOE lo sabemos todo, o casi: sólo falta por saber el momento en el que culminará “La Federal”, o “La Segunda Federal”. De la oposición, por el momento, no se puede decir lo mismo y tal vez ha llegado el momento de conocerlo.
La Razón, 13-10-22