Hasta aquí hemos llegado
El motivo, tal vez el pretexto, de la ruptura del PP de Pablo Casado con Vox fue la cuestión de Europa. Santiago Abascal enunció una crítica al famoso slogan de Ortega –eso de que “España es el problema y Europa la solución”- sobre el que se ha fundado la política europea española desde hace cincuenta años. Ha sido uno de los grandes consensos históricos de la democracia española y ha fijado, más allá del europeísmo de las elites, una posición general sobre el papel de España en la Unión Europea y sobre la naturaleza, por no decir la calidad, de nuestra sociedad. Abascal podía haber recurrido a expresiones menos airadas y distanciarse de ese consenso con menos estrépito de lo que lo hizo. El fondo habría sido el mismo. Acababa de caer otro de los consensos que han vertebrado la vida política en estos últimos cincuenta años.
Fue el signo definitivo de que en la derech española han fraguado dos formas distintas de comprender la realidad. Y no se trata de radicalismo, de moderación, de populismo o de centrismo. Se trata de dos visiones que afectan al fondo mismo de la cuestión política tal como está planteada en nuestro país desde hace unos años, los que corresponden a la llegada de la “nueva política”. Una de ellas, la encabezada por Pablo Casado y articulada en torno al Partido Popular, se atiene a los consensos surgidos en la Transición. Los populares parecen estar convencidos de que esos consensos permanecen vigentes, que el actual gobierno es un paréntesis en el despliegue del gran relato de la democracia española, y que en un futuro más o menos próximo su partido será capaz de restaurar los acuerdos de fondo mediante la articulación de una mayoría social y política que no ha perdido la confianza en esos mismos postulados.
Santiago Abascal, en cambio, lidera un partido que, como se demostró en la moción de censura, da por acabados un buen número de esos mismos consensos. Las razones pueden ser varias: el covid-19 sin duda ha acelerado las cosas, dejando al desnudo –desde esta interpretación- la inoperancia del Estado de las autonomías. Había otras, previas a este: la deriva independentista, la consolidación, promocionada desde el Estado, de una sociedad postnacional, la participación de un grupo antisistema y la acción, al filo siempre de lo constitucional, de un gobierno apoyado por independentistas y filoterroristas.
La posición del PP puede parecer más templada que la de Vox. Las dos, en realidad, suponen un cambio muy profundo y las dos obligan a una posición nueva. Tanto PP como Vox están ahora obligadas a plantear explícitamente los motivos y las razones de los consensos que proponen a la sociedad española. Vox, porque al romper con lo anterior se ha comprometido a presentar una propuesta completa, de largo alcance, sobre su modelo político, social y cultural: ya no vale seguir en una posición de protesta o de apoyo externo. Y el PP, porque debe argumentar con razones convincentes su fidelidad a los consensos previos y su capacidad para mantenerlos con el PSOE de Sánchez y los aliados de este.
La ruptura entre el PP y Vox podía haberse hecho de forma menos hiriente y asilvestrada. Era irremediable, a pesar de todo. La reconstrucción de la derecha partirá ahora de la gestión que cada una de las dos formaciones haga de las consecuencias de su propio diagnóstico y de las decisiones que culminan en el pleno de la moción de censura. Sería de agradecer que, más allá de la irremediable competencia, cada una se esforzara por articular una posición sólida y seriamente argumentada.
La Razón, 25-10-20