Jóvenes y política
Desde Atapuerca –incluso antes- los mayores han dicho a sus hijos que iban por muy mal camino. Si seguían así, la civilización occidental (en tiempos ataporcanos ya se razonaba de esa manera) acabaría hecha polvo. Sabemos que las cosas han sido un poco distintas. Lo que no ha cambiado es la tendencia de los mayores a ver en la conducta de quienes viene detrás una peligrosa disolución de todos los valores que habían hecho grandes a los seres humanos.
La novedad, hoy en día, es que son los jóvenes los que han hecho suya una idea parecida, pero al revés, y parecen pensar que es la senda elegida por los mayores la que trae aparejada la decadencia de la sociedad –occidental, de Atapuerca o de dónde sea. Se dirá que esto no es nuevo. Efectivamente no lo es, pero esto se está traduciendo, en algunos países, en particular en el nuestro y en Estados Unidos, en nuevas actitudes ante la política: los jóvenes han vuelto a interesarse por ella, pero desde posiciones propias, distintas de aquellas que dominaban el panorama hasta hace muy poco tiempo.
Se entiende, claro. Los jóvenes afrontan problemas nuevos: el trabajo precario y los salarios bajos, el paro –a veces de larga duración-, una competencia feroz en la que muchos de ellos –muy bien preparados- van a quedar descartados, las consecuencias sociales y económicas de la revolución tecnológica y la globalización en su sentido más profundo, aquel que atañe a la identidad misma de las personas. La crisis económica ha dado paso a este mundo nuevo en el que la estabilidad previa (más bien idealizada, sobre todo desde los 70, pero da igual) resulta ya inconcebible.
Todo esto requiere nuevas soluciones políticas –democráticas-, que los partidos tradicionales no han sido capaces de articular. Se entiende la desafección de los jóvenes. Aun así, los jóvenes deberían tener en cuenta que los problemas a los que se enfrentan no tendrán soluciones sencillas. Al revés. Tampoco las soluciones ya ensayadas –y fracasadas- van a resultarles de gran ayuda. Y tampoco, a pesar de lo que parezca, son buenos los cortes en la continuidad: en vez de facilitar las cosas, los cortes abren riesgos que dificultarán cualquier solución nueva. Los jóvenes ya han hecho cosas que han cambiado, para bien, el mundo en el que vivimos. No deberían fiarse de charlatanes y oportunistas.
La Razón, 08-03-16