La América de Obama
La emboscada que ha acabado con la vida de tres policías en una ciudad del sur de Estados Unidos viene a sumarse a la ola de violencia que sacude estos meses todo el país. Tal vez sea algo coyuntural, que se terminará con la nueva Presidencia, o tal vez sea algo más profundo y duradero. Aun así, cualquiera que conozca Estados Unidos habrá podido darse cuenta del profundo cambio que ha sufrido la sociedad norteamericana en estos últimos diez años, más o menos, la Presidencia de Obama. No es que Estados Unidos esté, como se dice muchas veces, en decadencia: sigue siendo el país más dinámico, el más avanzado, el más poderoso y creativo del mundo. Ahora bien, es posible que los norteamericanos, por primera vez en su historia desde la fundación de la Unión, no sepan lo que son.
La identidad norteamericana se fundaba sobre un consenso social en torno a valores y formas sociales que han dejado de tener vigencia. El muro de contención que el conservadurismo opuso durante los últimos cuarenta años está en ruinas (queda la parodia de Trump), pero no está claro qué nuevo modelo va a sustituir al que ahora está en crisis. Hay elementos de fondo que no han quebrado: la libertad de empresa, la asociación voluntaria, el individualismo. Y otros, como la religión, el patriotismo, la familia y la relación entre lo “normal” y las minorías, que no vertebran ya la sociedad. Eran esos consensos los que suplían la ausencia de Estado, y al desplomarse los primeros y seguir sin existir este, la sociedad norteamericana ha quedado en una posición precaria, un poco vertiginosa, lo que contribuye a explicar la violencia actual.
Obama ha presidido este cambio y ha intentado encauzarlo… a su manera. Ha tratado de asentar las bases de un futuro Estado, como con el imprescindible ObamaCare o el control de armas, no menos necesario ahora que la confianza, basada en el consenso, ha desaparecido. En la cuestión racial, Obama ha tenido un papel ambiguo, habiendo contribuido a sacar los problemas a la luz pero sin un discurso integrador. Otro tanto ha ocurrido con la política exterior, en la que se ha iniciado un viraje profundo en respuesta a una situación nueva, de cansancio y multilateralismo. Hay que tener en cuenta que una parte importante de estos cambios, como los que atañen a la necesaria recentralización o a la configuración de un nuevo sistema impositivo chocan directamente con la tradición norteamericana, que la crisis no ha hecho desaparecer, ni mucho menos. El cambio, en realidad, acaba de empezar.
La Razón, 19-07-16
Ilustración: Trump Hotel, Washington DC