La auténtica Barcelona. Turismo y post gentrificación
El asalto a un autobús turístico barcelonés por los cachorros de la CUP puede ser un anticipo de lo que los nacionalistas quieren poner en escena dentro de dos meses: una sublevación popular con la Plaza de Cataluña convertida en la de Tahrir del Cairo. Tal vez signifique también la frustración a la que un “procès” imposible, irreal, puede llevar a un sector de la opinión pública catalana, con lo que (a esta) le queda de cerebro bien lavado y recalentado por la propaganda nacionalista. También responde a la campaña anti turismo que se está desarrollando en nuestro país, justo cuando el turismo ha vuelto a ser uno de los motores de la recuperación.
Lo viene siendo desde los años 60, aunque desde siempre nuestro país ha tenido un atractivo especial, no siempre beneficioso para la imagen de España. Aquí venían los burgueses franceses en busca del escalofrío que les provocaba la evocación de los bandoleros, y los señoritos brigadistas acudían a ese coto de caza –tan exótico y auténtico- que fue la Guerra Civil. Hoy es distinto, gracias a Dios, aunque el exotismo no se ha perdido del todo. La cultura española sigue ofreciendo su inigualable alegría de vivir y su sentido antiguo de la hospitalidad –además de su clima y la belleza del escenario-, acoplado, y esto es lo nuevo, con un entorno seguro, de alta modernidad y una oferta de servicios inigualable. Los turistas vienen… y vuelven. Y algunos se quedan. Así hemos llegado a las cifras actuales, con 75,5 millones de turistas al año, un crecimiento del 4% anual y una aportación al PIB del 11%.
El éxito plantea problemas nuevos. Problemas de masificación, que son graves y han de ser tratados como lo que son, un desafío a las infraestructuras, al urbanismo, a los servicios y a veces a la convivencia, pero también problemas de lo que hoy se llama gentrificación y que habría que llamar, en realidad, post gentrificación. Las elites que habían ocupado los antiguos barrios populares, en el centro, están molestas porque el pueblo vuelve a ocupar los espacios que esas mismas elites se habían reservado para ellas. De nuevo las elites han de peregrinar en busca de la autenticidad perdida, aunque esa autenticidad haya sido siempre, antes que llegaran las hordas despreciables del turismo de masas, un simulacro.
La Razón, 01-08-17