La buena conciencia
A los miembros del comité del Premio Nobel de la Paz les gusta hacer política. Y no es una afición reciente. En 1929 se lo dieron a un secretario de Estado norteamericano que patrocinó un tratado de denuncia de la guerra y cinco años después a un británico que había hecho todo lo posible para el desarme. A Obama se lo dieron antes incluso de que pudiera empezar a ejercer, como un caso de pacifismo preventivo. Y nunca se lo dieron ni a Churchill ni a Reagan. Es cierto que en otras ocasiones han estado más acertados.
El caso del Nobel al Presidente Santos es especial. Por un lado, Santos ha hecho todos los esfuerzos imaginables por sacar adelante una paz de cuya dignidad y efectividad está, sin la menor duda, convencido. Por otro lado, ese trabajo de pacificación culminaba con un referéndum en el que la palabra clave era “paz”. La “paz” es decir las buenas intenciones y un idealismo forzado iban a permitir disimular los términos, muy poco dignos, del acuerdo y supondrían además un refuerzo de la posición política de Santos. Nos encontramos por tanto, como muchas veces en los referéndums, con un plebiscito disfrazado de consulta democrática y con una manipulación importante de la realidad sobre la que los electores, esta vez los colombianos, están llamados a pronunciarse.
Hasta aquí, se dirá con razón, todo entra dentro de lo previsible. Los referéndums se hacen para eso. Lo curioso es que en este caso, un referéndum clásicamente populista, patrocinado por lo que queda del comunismo desde La Habana, contara con el respaldo de casi toda la elite internacional, en particular de toda la que copa los buenos sentimientos y lo políticamente feliz, la de la buena conciencia y la convicción –con todas las honrosas excepciones que se quiera- de que la Historia está de su lado. Y el colmo llega cuando, una vez los colombianos han rechazado las propuestas y las medias verdades populistas, el comité del Nobel de la Paz, representante quintaesenciado de esa misma elite bienpensante y correcta, se decanta por premiar al protagonista del fracaso. Sin duda hay que seguir apoyando la paz en Colombia. Ahora bien, es dudoso que el Nobel a Santos ayude a lo que habrá de ser un proceso “de paz y reconciliación” algo menos tramposo. Más bien confunde los términos y en buena parte traiciona esos nobles objetivos.
La Razón, 11-10-16