La Corona y España
Uno de los fenómenos más difíciles de entender de la vida política, intelectual y sentimental de nuestro país en los últimos cuarenta años es el progresivo desvanecimiento de conceptos o instituciones que han contado y siguen contando con un apoyo decidido de la población. Uno de ellos es la Corona, de la que ayer se recordaba en estas páginas la popularidad que sigue teniendo y la importancia que los españoles le conceden. Otro es el concepto mismo de España, sobre el que se basó la Transición y que hoy aparece inoperante, casi inexistente ya, en partes muy amplias del territorio nacional, en particular en el País Vasco y Cataluña. Los dos van unidos, claro está, y el Estado y la nación españoles encuentran en la Corona la clave de bóveda que los explica y los sostiene a la vez.
La Transición se fundaba en la idea de España, pero acabó marginándola al hacer de ella un concepto incómodo para el Estado de las Autonomías del que nacionalistas vascos y catalanes iban a ser protagonistas. España es desde entonces una rémora o, en el mejor de los casos, una “narrativa”, un “relato” prescindibles. Se ha vivido muy bien atacándola y, en las elites, abandonando cualquier responsabilidad personal de defenderla.
Al socavar la vigencia del concepto de España, se estaba debilitando la de la Corona, aunque este último empeño no ha sido explícito hasta tiempos recientes. Sólo con la “nueva política”, tan celebrada, han cobrado verosimilitud los ataques a la Monarquía. Y no sólo proceden de partidos peronistas o nacionalistas. También los anima el Presidente del Gobierno, que ha abandonado la recomendación estratégica del socialista Indalecio Prieto, formulada después del desastre de la Segunda República, de aunar socialismo y Monarquía.
Hoy los socialistas flirtean con la utopía republicana y aceptan las imposiciones de sus socios. Las necesitan para mantenerse en el poder y continuar el proyecto de transformación de España que se proponen y en el que se sacan las consecuencias de estos cuarenta años: prescindir de la idea de España como no sea en la forma vacía de un cascarón confederal, que nada querrá decir para la mayoría de los españoles. Más tarde, pero no mucho más, caerá, como un artefacto arcaico e incomprensible, una Corona que poca gente se ha esforzado en explicar y defender. Otra cosa, claro está, es que la sociedad que surja de ese experimento sepa vivir sin Monarquía.
La Razón, 13-07-20