La crisis del centro derecha
Los electores han dejado de votar al Partido Popular por varias razones. Una de ellas es por la crisis económica, que se empezó a transformar en una crisis de la representación política antes incluso de la llegada del PP al poder. El diagnóstico según el cual la mayoría absoluta del año 11 era en parte un préstamo no estaba equivocado, aunque no se sacaron de verdad las consecuencias. Luego llegaron las medidas de austeridad, que no contribuyeron a la popularidad del gobierno. Bien es verdad que los excelentes resultados obtenidos indican que esto se puede dejar atrás.
Otro elemento ha sido la corrupción. Corrupción de otras épocas, han dicho algunos populares que insisten en el desfase de los tiempos judiciales y en las duras decisiones que tomó en su momento el gobierno. No sirve de mucho quejarse de la injusticia. Queda un panorama un poco particular: en principio intolerante, casi puritano, en la práctica comprensivo con la corrupción de la izquierda. Es la marca PP la que ha quedado relacionada con la corrupción.
Finalmente, está la percepción que los votantes tienen del partido, muy sesgada a la derecha, en contra de lo que el centrismo de la política de estos años esperaba, y que lo ha alejado drásticamente de los jóvenes. La cuestión catalana resume esta sensación: distanciamiento de los votantes, que perciben que el PP sigue sin darse cuenta del cambio producido a raíz del intento de secesión, en particular con la necesidad de articular un nuevo discurso sobre España y los españoles y, al tiempo, escoramiento acentuado hacia la derecha. Ahora mismo, en resumen, el electorado no sabe bien lo que representa el Partido Popular.
El partido que hasta hace poco tiempo articulaba el centro derecha y era el eje mismo de la Monarquía parlamentaria corre el peligro que los votos sigan huyendo hacia la nueva formación percibida como de centro, y que empiecen a irse de verdad a otras que hacen de su supuesta tibieza una de sus principales bazas propagandísticas. Un escenario muy difícil.
La Razón, 20-07-18