La histeria
Habrá quien piense que la solución adoptada por Rita Barberá de darse de baja del Partido Popular y seguir de senadora no es la mejor, ni para el PP ni para el conjunto del sistema. Pues bien, no es la peor, ni mucho menos. Al menos permite comprender que la propia Rita Barberá está convencida de su inocencia, lo que es una realidad importante en una atmósfera en la que las acusaciones se entienden como sentencias de culpabilidad. En la charca histérica en la que chapotea la política española, se ha olvidado que, como se ha explicado múltiples veces en las páginas de La Razón, la renuncia de un cargo electo requiere que se haya sustanciado su procesamiento o que un juez lo haya encarcelado. No basta con la “investigación”, y a Rita Barberá le ampara, aunque pocos lo recordemos, la presunción de inocencia.
Sorprende, por otro lado, la escasa entidad de los cargos para cuyo esclarecimiento Rita Barberá va a ser investigada. Hay muchos jóvenes y menos jóvenes –también del PP – que claman ahora por la defenestración de la alcaldesa. Habrá que ver si al menos consiguen gobernar una ciudad como Valencia, con mayoría absoluta, durante cinco mandatos. Y habrá que ver también si al final pueden exhibir una ejecutoria en la que el mayor reproche judicial sea aquel que se le hace ahora a Rita Barberá.
El asunto tiene sus raíces en uno de los fallos más clamorosos del sistema político de nuestro país, que es la financiación de los partidos políticos y los sindicatos. Vivíamos sobre una bomba de relojería que iba a estallar, como era de esperar, en el peor momento. Eso no quiere decir que estemos obligados a aceptar la histeria que rodea el asunto de la corrupción, ni la sobreactuación de los partidos que han hecho de ella su principal caballo de batalla, ni –aún menos- la posibilidad de establecer la ejemplaridad como modelo en la vida pública y la regeneración como única salda.
La ejemplaridad es mentirosa (e injusta) por naturaleza, destructiva con el sistema y cruel con las personas y las familias. La regeneración, por su parte, implica renegar del pasado, borrar la propia historia, querer empezar de cero. Significan el bloqueo del sistema, o su destrucción. Que eso lo preconicen partidos minoritarios, se entiende. Que lo haga el Partido Popular, al que le corresponden otras ambiciones, ambiciones de adulto, resulta incomprensible.
La Razón, 16-09-16