La infinita paciencia de los españoles
Los resultados de las últimas elecciones en Cataluña y el País Vasco no son buenos para el constitucionalismo ni para el futuro de nuestro país. En el País Vasco se queda sin representación, por primera vez, el partido Popular, que hasta ahora siempre había presente allí. El triunfo del nacionalismo después de la ETA habrá logrado lo que no lograron los terroristas. En Cataluña Ciudadanos pierde el primer puesto conseguido en las elecciones de 2017 en favor de ERC, que se convierte en la primera fuerza política catalana. También aquí cae el PP, que consigue un solo escaño por Barcelona, aunque entra Vox y sube el PSC. En el panorama nacional, los nacionalistas y los secesionistas siguen siendo indispensables para la formación del gobierno central, siempre según los criterios del bipartidismo imperfecto que siguen rigiendo después de varios años de pulverizado ese mismo bipartidismo.
Destaca, sin embargo, un hecho nuevo. Y es que el nacionalismo, o el separatismo, retroceden. No sólo no supera su techo de los dos millones de votantes. También cae hasta algo más de 1,6 millones (1.621.001). Ese es el tope alcanzado esta vez por ERC, lo que queda de la antigua Convergencia y la nueva coalición (sin escaño) llamada Front Republicà. En total, no llegan al 40% (39,38%) cuando en las autonómicas de 2017 alcanzaron casi el 48 % de los votos.
Los resultados corroboran una realidad tozuda. Y es que el nacionalismo no ha sido nunca hegemónico en Cataluña. Ni antes ni después de la sublevación. Más aún, la sublevación no ha mejorado –pasado el primer momento de euforia, un poco artificial- la popularidad del nacionalismo. El fracaso ha sido demasiado patente y en todos los frentes: el político, el judicial, el económico, el internacional.
Habrá quien atribuya este retroceso a la firmeza del Estado. Otros, tomando nota de la subida del PSC, lo atribuirán a la mano tendida del PSOE. Sea lo que sea, queda otra realidad, igual de tozuda que la anterior, y es la siempre latente posibilidad de una política nacional que tenga en cuenta esa misma situación. Durante muchos años se ignoró. Luego se echó a perder el espléndido momento constituyente de la “España de los balcones”, abierto con el discurso del Rey y la manifestación del 8-O. Pues bien, a pesar de todo no se cansa de esperar.
La Razón, 10-05-19