La Razón. Veinte años
Llegar a los veinte años, para un periódico, es alcanzar un grado de madurez considerable. Aun así, La Razón sigue siendo el más joven de los periódicos nacionales españoles. Y se nota. Se nota porque desde el primer momento, La Razón se fijó un objetivo excepcional, y muy ambicioso. Se trataba, y se trata, de informar y suministrar opinión formada y argumentada a un público no especializado, ni minoritario, ni caracterizado por otra cosa que no fuera su interés, su curiosidad y su voluntad de conocer la realidad en la que vive. No nos dirigimos a una elite universitaria, aunque buena parte de nuestros lectores lo sean. Tampoco tenemos por público a un sector de la sociedad caracterizado por tener determinados ingresos, por mucho que nos leen personas que han sabido ganarse la vida y sacar adelante a sus familias.
Nuestros lectores –como nuestras lectoras- son gente muy capaz de defender sus propios intereses, pero también de comprender cuál es el interés general y buscar un equilibrio entre ambos. En ese equilibrio no siempre salen ganando los primeros, los intereses propios. Más bien al revés, y podríamos hablar de auténticos modelo de ciudadanía, por su capacidad de anteponer el interés común al propio, si no fuera porque no nos gusta presumir de ideología. Lo nuestro es la comprensión de la realidad, no las anteojeras ni los elitismos, ni la nostalgia de tiempos pretéritos idealizados.
Allí donde muchos han seguido con docilidad la tendencia a la fragmentación, en La Razón hemos preferido apostar por la existencia de una opinión pública capaz de entender y afrontar los problemas desde una perspectiva racional. No buscamos los sesgos, ni las perspectivas parciales. Nos gusta razonar en términos generales y corroborar la información, y la opinión, con hechos comprobables. Habrá habido equivocaciones, sin duda, pero ese es el periodismo que nos gusta. Los lectores, hasta ahora, nos han dado la razón.
Como es lógico, La Razón se ha esforzado –no siempre resulta fácil- por mantenerse en la zona templada. Intentamos ser moderados y practicar esa misma moderación en la exposición y el análisis de la información. No somos activistas y no estamos obsesionados por imponer a los demás una visión del mundo o una escala de valores. Estamos abiertos a cualquier idea, a cualquier posición argumentada, inteligente. Seguimos creyendo en el sentido común y en la capacidad de los seres humanos para llegar a acuerdos en los que todos los participantes, y no sólo los que defienden determinadas ideas, salen beneficiados. No concebimos la vida, ni la política, en términos de confrontación. Sabemos quiénes son nuestros amigos, claro está, pero nos dirigimos a todo el que esté abierto a la sensatez.
La moderación que buscamos desde nuestro primer número, en 1998, correría el riesgo de convertirse en algo retórico si no se asentara en unos principios a los que no hemos renunciado ni vamos a renunciar. Nuestro primer compromiso es la veracidad y el rigor. No queremos imponer una visión de la realidad, queremos hacerla comprensible, para lo que se necesita un gran equipo capaz de ver los hechos desde múltiples perspectivas. Un segundo compromiso está en la defensa de nuestro país. Muchas veces los españoles perdemos el sentido de lo nacional, y por eso en La Razón intentamos siempre reponernos en esa perspectiva, que nos permite comprender mejor lo que subyace en realidades muy difíciles de comprender. Nos sigue gustando España. Por vocación, somos ajenos a cualquier impulso que intente deshacer la convivencia establecida con tanto acierto, y a veces tantos sacrificios, durante la Transición.
Sabemos que en estos veinte años las cosas han cambiado. La crisis ha traído nuevos partidos, nuevas mentalidades, también nuevas formas de expresión. La sociedad española ha sabido incorporar a muchos millones de personas venidas de fuera que ahora forman una parte esencial de nuestra comunidad. Somos una sociedad más abierta, más próspera, más plural y también más conflictiva, más difícil de representar en términos políticos. Superamos el terrorismo etarra, y la crisis, pero no las tentaciones populistas ni las simplificaciones ideológicas. Por eso mismo, respaldamos sin fisuras las instituciones que han garantizado la estabilidad en este tiempo, muy en particular la Corona, junto con la división de poderes, el Estado de bienestar, la descentralización, la libertad religiosa y de expresión, la familia y la propiedad privada. Estamos convencidos que de su solidez depende que seamos capaces de afrontar un mundo en cambio permanente.
La Razón, 08-09-18