La soledad de Israel
Macron ha conseguido salvar un G-7 destinado al fracaso. Trump se ha mostrado casi manso, se ha adelantado un poco en el consenso sobre la lucha por la preservación del planeta –aunque sea a costa de algunas expresiones arrogantes sobre los brasileños-, la guerra comercial entre China y Estados Unidos se ha suavizado y, ya puestos a disparar fuegos artificiales, Macron se sacó de la chistera al presidente iraní Hasan Roaní para ver de propiciar el diálogo entre Estados Unidos e Irán.
Evidentemente hay cuestiones que estaban fuera de su alcance, como ha demostrado la decisión de Boris Johnson de suspender el Parlamento británico. Y hay otras que los gestos macronitas no consiguen hacer olvidar. Una de estas es la guerra, ya prácticamente abierta, entre Israel e Irán. En los últimos días, ha habido un ataque de Israel en Siria –así se ha reconocido públicamente- para destruir unas instalaciones que consideraba peligrosas para su seguridad. Ya había habido otros antes. También se han producido ataques en la parte occidental de Iraq y, según las autoridades libanesas, las ha habido en ese país, y tal vez hayan afectado incluso a Beirut.
Es una guerra moderna, como se ha dicho, en la que predomina la inteligencia y los ataques precisos, y no deja de dibujar un panorama nuevo. Por un lado, un Irán crecido, con una capacidad sin competencia para intervenir en tres países devastados por las guerras civiles, con organizaciones propias allí instaladas, como Hizbuláh, y sin el menor escrúpulo para avanzar en lo que considera sus intereses.
Por otro está Israel, con sus extraordinarias capacidades militares y de inteligencia, pero que a diferencia de Irán, actúa defensivamente, como ha estado haciendo estos meses. El inopinado aterrizaje de Roaní en Biarritz señala otra diferencia. Es la soledad de Israel. Uno de sus nuevos socios, del que sea hablado mucho, es Arabia Saudita, que a su vez lleva a cabo su propia guerra con Irán. Pero es iluso pensar en una alianza, sin contar con que Arabia Saudita es un gigante con pies de barro. Y Estados Unidos, a pesar de las evidentes simpatías proisraelíes de Trump y su administración, está limitado a un papel de apoyo muy de retaguardia: nunca va a intervenir en la destrucción de instalaciones militares iraníes. En cuanto a la Unión Europea, su papel, como ha quedado demostrado de nuevo, será propiciar el “diálogo”.
La Razón, 29-06-19