Lecciones de un tropiezo
Los disturbios que no se han producido en las calles de Estados Unidos tras la elección de Biden no son noticia. Es natural. Aun así, vale la pena imaginar lo que los seguidores de Biden estarían haciendo en estos mismos momentos de haber sido distinto el resultado. Los de Trump se han ido a casa a consolarse en privado por la derrota, sin un solo destrozo de bienes públicos ni privados. Nada de esto compensará lo ocurrido pero corrobora lo que todos sabemos. Quienes han utilizado los desórdenes para demostrar la desestabilización reinante en tiempos de Trump se llevan el título de pacificadores. Tal vez a Biden le den un nuevo Premio Nobel de la Paz. La Pax Americana, esta vez.
Nada de esto quiere decir que el Partido Republicano y el movimiento trumpista, si es que sobrevive, no deban sacar lecciones de lo ocurrido. La primera es que la gestión importa. De no ser por el covid-19, Trump, se dice, habría ganado las elecciones. Probablemente es cierto, pero tal vez las cosas habrían sido distinta de haber sido la gestión algo menos lamentable. La sobreactuación perpetua no ha compensado los fallos en la defensa a la población. Tampoco lo podían, desde el momento en que se pierde la credibilidad, las gigantescas inversiones para la vacuna. Si se quiere gobernar, o volver a gobernar, hacen falta un liderazgo que infunda confianza y equipos eficaces y profesionales. Siempre habrá accidentes, algunos de ellos provocados por si acaso hace falta recordarlo.
Las bravuconadas sirven para romper ese consenso falso en el que el centro derecha se ha dejado enredar. Han cumplido, y seguirán cumpliendo, su función. Pierden su eficacia cuando son casi el único registro en el que se mueve una actitud que debe abarcar otros muchos campos. Las redes sociales, tan útiles para articular corrientes de opinión, no son suficientes. El republicanismo tendrá que volver a reflexionar en profundidad sobre la realidad y a movilizar a sus elites sin tirar por la borda la movilización conseguida.
En este punto, hay un aspecto particularmente relevante que el trumpismo ha simplificado burdamente. Es la cuestión crucial de la identidad, en el centro mismo del debate político actual, aunque, como ya sabemos, sólo los progresistas tienen derecho a reivindicarla. Se puede optar por una identidad tan excluyente como las que construye la izquierda, o bien se puede recrear una identidad que tenga en cuenta el pluralismo de las sociedades modernas, particularmente intenso en Estados Unidos, pero cada vez más presente en todas partes. Un partido antiinmigración no va a ganar nunca las elecciones. Y no sólo por los propios inmigrantes, que ya es mucho, sino por todos los sectores de la población que desconfían, con razón, de los unilateralismos, en particular los jóvenes. Jóvenes a los que hay que ofrecerles la posibilidad de una identidad sólida y abierta. Hoy en día, no saben lo que son, ni lo que han sido sus padres y sus abuelos, ni lo que ellos mismos serán en el futuro. Ahí está la gran manipulación progresista.
La Razón, 10-11-20