Lo que no va a cambiar
Cuando acabe la pesadilla del coronavirus, nos encontraremos en un mundo muy diferente. Habrán cambiado las formas de trabajar y se habrán incorporado por fin a los hábitos laborales todas las posibilidades, de comodidad, ahorro y productividad que permite la revolución tecnológica. (Para una cultura tan personalista como la española, el cambio no va ser pequeño.) Cambiará la política internacional, con un más que probable avance de la influencia de China: el país en el que empezó todo va a ser el único que saque provecho de la pandemia, mientras las otras potencias, o ex potencias, seguirán encerradas en su interminable y autocomplaciente crisis de identidad, intensificada con los efectos de la epidemia. Es posible incluso que cambien los hábitos higiénicos. Y no sólo los de los ciudadanos chinos, también los de nuestros compatriotas. Con algo de suerte y un poco de exigencia por parte de las autoridades, dejarán de cubrir el suelo de colillas y convertir cualquier esquina de las ciudades en vertederos mientras se proclaman ardientes luchadores contra el cambio climático.
Lo que no va a cambiar, como se comprobó ayer en el Congreso de los Diputados, es el fondo de la política española. Sánchez se permite hablar, con gran pompa y circunstancia –y sin el menor signo de compasión ni empatía-, de su gran presupuesto de reconstrucción. Ha caído en la cuenta que la crisis le ofrece una oportunidad de reivindicarse políticamente ante sus socios. Vuelve la izquierda responsable, con aires de suficiencia y actitud disciplente hacia todo lo que no sean sus propias propuestas.
Sánchez no ha dado el paso, sin embargo, de asimilar la nueva perspectiva que una realidad trágica le está ofreciendo. Solicitarle que haga un gobierno de unidad nacional y que deje caer a sus socios revolucionarios y antiespañoles es pedir demasiado. No lo es que vaya cambiando de actitud a medida que deba tomar medidas más y más duras, y aprovechando la excelente disposición que han demostrado los grupos de oposición. No va a ser así. El PSOE es incapaz de variar su naturaleza, la propia del progresismo de nuestro país, que le lleva a servirse de cualquier asunto, incluida una crisis como esta, para intentar acabar con su enemigo político que es más de la mitad del país. La oposición hará bien en tenerlo en cuenta.
La Razón, 19-03-20