Los españoles en Dinamarca
Hubo un tiempo en que los españoles no estaban fascinados por Dinamarca. Lo pone en escena Mérimée (el autor de Carmen, tan descreditada en estos tiempos de puritanismo fanático) en una de sus maravillosas piezas teatrales, la titulada Los españoles en Dinamarca. La obra cuenta las andanzas en el país nórdico del marqués de la Romana, el gran general de la Guerra de la Independencia. En una escena, un Juan Díaz Porlier, el futuro mártir constitucional, abomina de esa “antesala del purgatorio”. “Espero –exclama impaciente- que en el otro mundo se me descontarán los años que he pasado aquí”.
Hoy en día, entre nuestros compatriotas amantes de los países nórdicos se cuentan los politólogos, los enganchados a la serie Borgen y los nacionalistas catalanes. Todos ellos, efectivamente, creen ver en los países nórdicos, y en particular en Dinamarca, un modelo. Cataluña, recuérdese, iba para la Dinamarca del Mediterráneo antes de convertirse en Tractoria o Catetonia, aunque en realidad a lo que aspira el “president a l’exili” es a que su tierra pase a ser algo así como las Feroe del Sur (otro nombre para lo que queda de Cataluña), por ser el diputado de este pequeño archipiélago en trance de autodeterminarse de Dinamarca, de los pocos representantes políticos con los que se habrá entrevistado durante su estancia en la ciudad de la sirenita.
Dinamarca, por su parte, fue sensible a esta admiración y, siempre postulándose como modelo de democracia, ha dado a entender alguna simpatía por la causa nacionalista, tan maltratada por el feroz y oscurantista Estado español. En realidad, al Estado español no le viene mal que los nacionalistas sigan haciendo el ridículo por toda Europa, desde las islas Feroe a Groenlandia y Córcega. Los españoles no deberíamos preocuparnos en exceso de las idas y venidas, ni de las propuestas y los debates de un nacionalismo cuya única finalidad es seguir tirando de victimismo. Los nacionalistas no tienen capacidad para dejar en ridículo ni a la democracia ni al Estado español. Lo que hay que tomarse en serio, en cambio, es el proyecto de sentar las bases de una alternativa al nacionalismo en Cataluña y en el resto de España. En eso deberían estar pensando los grandes partidos nacionales, bajo la iniciativa y el liderazgo del Gobierno.
La Razón, 23-01-17