Los trabajos y los días
Gracias a su largo reinado, a su personalidad y a su estilo inimitable la reina Isabel II se convirtió en un icono de la cultura popular. Nuestro Pedro Sánchez, que ni es rey, ni tiene estilo ninguno, añora ese estatus y ha decidido pagarse con fondos públicos una telenovela de homenaje. Se titulará, por lo visto, Las cuatro estaciones, aunque como Sánchez sólo va a disfrutar de dos capítulos, le sugerimos que la llame Los trabajos y los días. Como referencia clásica no le va a la zaga.
La telenovela de Sánchez es uno de los muchos puntos de comparación que en estos días se han establecido entre la monarquía británica y la española. Hay quien echa de menos, probablemente con razón, una mayor y más intensa presencia de la Corona en la vida social española, al modo que se ha venido practicando en Gran Bretaña en estos años. Otros comparan la trayectoria de los monarcas británico y español, y olvidan que Don Juan Carlos puso la restauración de la dinastía al servicio del establecimiento de la democracia parlamentaria y liberal en su país.
También se ha hablado mucho, no sabemos si con segundas intenciones, de la neutralidad de la Reina en todos estos años. No es algo tan evidente como parece si se tienen en cuenta las reuniones semanales de Isabel II con su primer ministro: además de estar ante un libro de historia viva, de Gran Bretaña y del mundo, no resulta improbable que los propios ministros solicitaran su opinión, ya que no su consejo, y que les fueran sugeridos con la discreción adecuada. En España, la Constitución obliga al Rey a un papel activo, de arbitrio y moderación. Pero para que estas funciones tengan algún efecto, los partidos políticos en situación de gobernar deben respaldar y respetar la Corona sin fisuras. Es un mecanismo sofisticado, que requiere firmeza de principios en defensa de la nación y las instituciones, y una delicadeza de intuición y de acción que, nos tememos, está fuera del alcance de unas elites mediocres que anhelan ser protagonistas de telenovelas que ellas mismas se agencian y producen con dinero público.
La Razón, 12-09-22