Mayoría de investidura
Desde el gobierno de Pedro Sánchez se acusa a los grupos parlamentarios (a casi todos, PP, C’s, Vox y ahora Podemos) de obstruir la investidura presidencial. Debe de ser que entre los derechos inalienables del ciudadano Sánchez está el de ser Presidente de Gobierno. Habrá que blindar este nuevo derecho, o por lo menos exigir que el PSOE lo incluya en su próximo programa electoral.
Lo que el Gobierno en funciones no dice es que haber ganado las elecciones, y más aún con un 28,67 % de los votos y 123 diputados de 350, no significa un respaldo parlamentario automático. Una cosa es la mayoría electoral –relativa- y otra la mayoría parlamentaria que permite la formación de gobierno. No estamos, al menos todavía, en un régimen presidencial y para alcanzar la Presidencia se necesita esta segunda mayoría. Mayoría que, salvo en caso de ser absoluta, no está dada: es el posible Presidente el que debe formarla mediante negociación con los grupos correspondientes, tal como se lo indica el Rey al encargarle de formar Gobierno.
Bien es cierto que Sánchez y los socialistas parecen querer salir del paso con una “mayoría de investidura” opuesta a la mayoría de gobierno. Es una fórmula política inédita y lo es, precisamente, porque en vez de garantizar la estabilidad, conduce a la inestabilidad perpetua, con el riesgo permanente de quedar en minoría, además de a una máxima opacidad en la decisión parlamentaria. Lo peor que le puede suceder a una democracia.
Todo se sostiene, finalmente, en la amenaza, o el chantaje, de unas nuevas elecciones. Serán responsables aquellos que no se avengan a formar parte, aunque sea por abstención, de esa nueva “mayoría de investidura”. Aquí se alcanza un nuevo record de cinismo, al que parece –asombrosamente- que nos hemos acostumbrado. Es cierto que el Presidente del Gobierno (en este caso en funciones) puede disolver las Cortes. Otra cosa es que ignore el mandato constitucional que se deduce de unas elecciones. Al convertir estas en un arma partidista, Sánchez está exhibiendo su deslealtad institucional, convertida en rutina política. Con Rodríguez Zapatero las instituciones quedaron politizadas a fondo. Sánchez da un paso más. Ya no cuenta la ideología. Todo, incluso lo más respetable en democracia (las elecciones, el encargo de la Corona, la mayoría parlamentaria de Gobierno) queda subordinado a la dimensión utilitaria.
La Razón, 18-07-19