Memoria democrática. Del vínculo luminoso al agujero negro
Pedro Sánchez, firmemente comprometido en el definitivo descrédito de la causa progresista, proporcionó ayer un nuevo argumento a sus adversarios al afirmar que la Segunda República es un “vínculo luminoso” con nuestro pasado. En este caso, ha seguido la estela, no sé si muy luminosa, de su predecesor Rodríguez Zapatero (recuérdese aquello de si la tierra pertenecía a alguien, o no, aunque el viento sí) y se lanza a la cursilada de tono lírico, tal vez un poco elegíaco, para insinuar algo que, al parecer, no se atreve a afirmar. Es el elogio de la Segunda República como un momento democrático contrapuesto a la dictadura de Franco y a la de Primo de Rivera, pero también a la Monarquía constitucional y liberal de entre 1875 y 1923.
Este es uno de los problemas de la obsesión con el pasado de nuestros progresistas: exaltar los años republicanos de entre 1931 y 1936 como una ruptura con la España constitucional, sin pensar que los republicanos de izquierdas y los socialistas tuvieron en su mano la posibilidad de continuar aquella -incluso bajo la forma de la República-, y evitar la vía de la ruptura en nombre del republicanismo y de la revolución. En vez de liberalismo, que era la única base posible sobre la que construir la democracia, se lanzaron a la imposición de una “libertad” que sólo lo era para quien comulgaba con los presupuestos ideológicos propios, es decir los suyos. Por su parte, la democracia quedó supeditada a la República, un régimen que no necesitaba del control periódico por parte de la opinión porque en sí misma, de una forma misteriosa, encarna la voluntad popular y nacional, que no necesita de esas formalidades burguesas para expresarse. Y tanto la República como la libertad -libertad sin liberalismo- parten y desembocan en la revolución, ya sea la del 31, que iba a instaurar un tiempo nuevo con la fundación de una nueva España, o la del 36, que culmina y supera la anterior con la instauración de una utopía totalitaria o ácrata, según las regiones.
Nada de todo esto constituye un “vínculo luminoso” con nuestro pasado. Más bien un agujero negro, que desembocó en una guerra civil y una dictadura de 40 años. Ahora bien, el agujero negro que Sánchez se permite evocar en estos términos remite, en realidad, al vacío en el que ha desembocado la legitimación republicana (que no democrática, menos aún liberal) de la Monarquía parlamentaria, aceptada con gusto, además, por la derecha política. Hoy todo eso está caducado. Se pueden sostener muchas y muy diversas opiniones y valoraciones acerca de la República. Intento de modernización, radicalizaciones diversas, atraso, crisis occidental… En ningún caso se puede seguir afirmando de ella lo que sugiere Sánchez. Han sido los propios socialistas, con la reintroducción del guerracivilismo en la vida española mediante la Ley de Memoria Histórica, los que han acelerado la situación en la que nos encontramos, y en la que palabras como las de Sánchez suenan a pura y simple mixtificación. Ninguna metáfora, por muy cursi que sea, puede disimular eso, un éxito que es un inmenso fracaso.
La Razón, 15-04-21